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“Jesús dijo: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18)
“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:1)
El evangelio de Juan nos presenta el caso de un ciego que le fue presentado al Señor Jesús para que las obras de Dios se manifestasen en él.
Al verlo, los discípulos le hicieron a Jesús una pregunta extraña. No era una pregunta capciosa, malintencionada, sino algo que realmente no entendían. No sabemos, ni se nos dice que los discípulos sabían desde cuando era ciego. Aquel hombre no vidente era un ciego de nacimiento, algo que la Biblia aclara que dijeron sus padres y que los judíos no creían. (Juan 9:18-20) Los discípulos preguntaron quién había pecado, si él o sus padres, pero, obviamente, no porque ellos creyeran en la doctrina de la reencarnación que creían las naciones paganas, pues ningún judío tenía tales pensamientos. Su inquietud, era más bien, pues como judíos bajo la ley, creían en la relación directa del pecado con las desgracias, enfermedades y el sufrimiento.
Para muchos judíos, si alguien se enfermaba o sufría una calamidad era por haber pecado. Algún pecado tuvo que cometer, él o sus padres y por eso recibía ese castigo.
Jesús no dice que este hombre nunca pecó, ni que sus padres nunca pecaron, sino que Dios permitió que aquel hombre naciera ciego, no como castigo, sino para exhibir sus obras en él, Pues Jesús había venido para dar vista a los ciegos, lo cual, espiritualmente, representa el estado del hombre.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar
