“Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7)
“He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad” (Jeremías 33:6)
Así como los discípulos, muchos, actualmente, asocian la enfermedad directamente al pecado. Ven a un enfermo, piensan para sus adentros: Algún pecado habrá cometido… Esto obviamente, no es así.
Sabemos que toda enfermedad tiene su raíz en el pecado, pues si el hombre no fuera pecador no se enfermaría. El pecado produce enfermedad y muerte, pero no todos sufren por un pecado directo, cometido por ellos mismos, sino porque hay pecado en el mundo y las cosas se han trastornado. Eso es lo que debían aprender los discípulos.
Hay quienes, a causa de vivir alocadamente han enfermado. Y hay quienes se han enfermado sin tener en ello ninguna responsabilidad. Las enfermedades existen y afligen, y muchas veces son las causantes de que las personas se detengan en el camino, miren al cielo, busquen a Dios y las obras de Dios se magnifiquen en ellos.
No debemos detenernos en la enfermedad, sino ir más allá y buscar en el Señor Jesús la sanidad del mal. Al decir la sanidad del mal, no nos referimos a la enfermedad, sino a la raíz de ese mal llamado pecado, el cual entró en el mundo por un hombre (Romanos 5:12) Y del cual uno es sanado únicamente, confiando en Cristo como Salvador.
La enfermedad principal es la enfermedad del pecado. Jesús murió por nuestros pecados, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)
Pensamientos para reflexionar