En la Biblia, se utilizan más de veinte palabras para decir pecado, ya que el pecado tiene infinidad de manifestaciones y particularidades. La acepción más común de la palabra pecado, es la que significa no alcanzar al objetivo, errar al blanco…
Para las personas en general, pecado es aquello que degrada y tiene consecuencias sociales, que hace daño a quien lo comete y a los demás. En ese sentido, cuando escuchan que la Biblia habla acerca de los pecadores, no lo relacionan al hombre en su responsabilidad ante Dios, sino a las personas repudiadas por la sociedad: Ladrones, asesinos, pervertidos…
Cuando se habla de pecado en círculos cristianos religiosos, la visión en más amplia, pues, además del aspecto del pecado social, se reconoce al pecado, en una esfera mayor; viendo al pecado tal como lo presenta la Biblia; por lo cual, el pecado en círculos religiosos tiene una dimensión mayor, abarcando acciones y detalles tocantes a las ordenanzas dadas, a los dogmas de fe, etc.
Sin embargo, hay otra forma de pecado, que es la más común y se ve en todos los círculos. Nos referimos a una de las formas más peligrosa, porque abarca a los pecados que la ley civil en la mayoría de los casos no condena, y que en la iglesia son fáciles de disimular y esconder. Estos pecados son por ejemplo: La falta de amor, la murmuración, el rencor, la falta de perdón, las raíces de amargura, la vanagloria, la susceptibilidad, el espíritu sectario, la malicia, el racismo, la hipocresía, la codicia… y podríamos seguir la lista.
Todos reconocemos que lo mencionado es malo, pero lamentablemente nos damos la licencia de permitirlo y hasta muchas veces lo justificamos.
Esta forma de pecado es la más letal. Pensemos en pecados como los citados, y en el mal que hacen, y veremos cómo son totalmente incompatibles con el testimonio cristiano que en lo personal y como iglesia estamos llamados a dar. Estas manifestaciones, son las que menos se juzgan. Todos saben que existen y están, pero como se pueden disimular, se toman como cosas que se deben sobrellevar con paciencia. El Señor dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35) “Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros” (Gálatas 5:15) ¡Esto es solemne! Con dolor y humillación debemos reconocer que ante otra clase de pecados, muchas veces se es inflexible, y se dice: Con tales personas, o en ciertas situaciones, ¡no se puede tener comunión! Y esto, aunque con relación a esos casos muchas veces queden puntos oscuros que se desconocen, pero se dice. No podemos tener comunión, sin siquiera preguntarse si el Señor tiene comunión con tales personas; pero con estas manifestaciones de la carne que nos ocupan, que interrumpen el gozo de la comunión con el Señor y hunden a las personas en una falta de gozo y de espiritualidad notables, no se reacciona. Cuando así ocurre, debemos reconocer y decirnos: “no estamos haciendo bien” (2 Reyes 7:9) Esta forma de pecar también debe ser juzgada y corregida, “para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (Hebreos 12:13) “Nuestro Padre, que ve en lo secreto” (Mateo 6:4) Que sabe todas las cosas y “ama la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6) se propuso formar en nosotros “la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29) y estas manifestaciones sabemos que no lo son. Ser cristiano, es vivir a Cristo, y todas esas cosas tristes que muchas veces ocurren, no tienen nada que ver con nuestro salvador.
La Biblia dice: “Toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17) “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4) Esto nos muestra claramente que pecado es todo aquello contrario a la voluntad de Dios, al deseo de Dios, a lo reglamentado por Dios…
“La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23) y muerte siempre implica separación; ya sea en el sentido espiritual, (separación de Dios) o en el sentido físico: (Separación de la parte material del ser: el cuerpo; de lo inmaterial: alma y espíritu)
El pecado siempre separa y el hombre, pecador por naturaleza, está, a causa del pecado, destituido de la presencia gloriosa de Dios (Romanos 3:23) y bajo condenación. Por la gracia de Dios, se nos ha dado un Salvador en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que “vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15) “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16) Por esto, quien recibe a Cristo como su Salvador, tiene la seguridad, de que a pesar de que sus pecados lo habían hecho merecedor de la condenación, no será condenado, “porque ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1)
Sin embargo, debemos saber, que si bien, una vez salvos de la condenación del pecado, el creyente no puede perder su salvación, si peca, el pecado interrumpe el disfrute de su comunión con Dios y pierde el gozo de su salvación. (Y esto, como venimos diciendo, no considerando pecado solamente al homicidio, robo, adulterio… sino, como todo lo que es contrario al pensamiento y la voluntad de Dios). Por esta causa, es muy importante, cuando se cae en pecado, tomar de los recursos divinos que el Señor ha puesto a disposición de los suyos, y dejar que él obre para volver nuevamente, y lo antes posible a su límpida comunión.
Pensando en la seriedad del pecado y sus consecuencias, debemos reconocer con humillación, que quizás, nuestra mente va mucho más adelante en el conocimiento de estas verdades que lo que va nuestro corazón. Esa forma de pecado, que el mundo no castiga en sus tribunales y que en la iglesia se esconde y se disimula, a la cual nos referíamos antes; causas estragos en el ámbito espiritual, y debemos decir con dolor y vergüenza que los cristianos nos acostumbramos a vivir con ello.
Es triste ver como los creyentes podemos acostumbramos a vivir con una comunión espiritual interrumpida casi sin darnos cuenta. A vivir con esa falta del gozo de la salvación. Tomamos como normal, vivir restringidamente, como si eso fuera la vida cristiana plena. Nuestro Señor, vino para que tengamos vida, y vida en abundancia (Juan 10:10) y el creyente, muchas veces, vive faltante de esa plenitud de vida, a causa de tolerar en su vida ciertos pecados. En esa falta de comunión plena, se vive, se toman decisiones y hasta se sirve al Señor ¡Eso es grave!
Vivir con una comunión limitada, sin el gozo pleno de la salvación, es vivir muy mal, y peor aún es, cuando no nos damos cuenta de lo mal que estamos. A veces, se piensa estar bien espiritualmente, porque hay reacciones espirituales, porque la palabra aún conmueve al ser interior en alguna medida. Sucede eso, y no nos damos cuenta que estamos carentes de la plena comunión con Cristo, porque nuestras almas encuentran placer en algún pasaje bíblico. Todo esto puede pasar, sin que ello sea el indicador que marque un buen estado de corazón. No debemos pensar que porque sentimos eso ya estamos bien, sino que eso es una prueba de que como somos hijos de Dios, Dios nos habla y trabaja en lo más profundo para que confesemos aquello que nos está entorpeciendo y lo remediemos. Debemos comprender que hay una diferencia, en interrumpir nuestra comunión y perder el gozo de la salvación, con no tener comunión en absoluto con Dios, y desconocer el gozo de la salvación, lo cual es lo que caracteriza a los que rechazan a Cristo y viven sin Dios.
Los incrédulos, no tienen comunión con Dios, porque están muertos espiritualmente, separados de su creador. No tienen el Espíritu Santo morando en ellos, ni ninguna sensibilidad. Viven, pero en sus delitos y pecados, carentes de piedad y sufren las consecuencias de su pecado, no el peso propio del mismo. En ese estado, lógicamente desconocen el gozo de la salvación que Dios les ofrece y no tienen ninguna comunión con él. Por el contrario, el creyente que peca, se encuentra en una posición distinta. Sigue teniendo al Espíritu Santo en él, aunque contristado. Sigue siendo un hijo de Dios y por ende no es un impío, pues siendo hijo, su alma tiene relación con Dios, y si bien interrumpe su comunión de momento, no pasa a lo posición ni a la condición de un perdido.
La vida misma nos ilustra esto, y es lo que podemos constatar cuando un hijo nuestro peca. Como padres, le hacemos ver que ha obrado mal y que no compartimos para nada aquello que ha hecho. El gozo del compañerismo y el disfrute de la comunión se resienten, pero de todas maneras, siempre algo de comunicación se mantiene, aunque quizás pase la mayoría del tiempo en su cuarto. Si él pensara que porque por momentos nos relacionamos, todo está bien y volvió a la normalidad, estaría en un error. Esa comunicación la tenemos, no porque todo este bien, sino, porque a pesar de haberse portado mal. Sigue siendo hijo.
Hacer diferencia entre pecado y pecado, la mayoría de las veces manifiesta el desconocimiento de lo que es nuestro corazón natural y lo que somos en nosotros mismos. Por eso, antes ciertos pecados reaccionamos enérgicamente, olvidando que somos capaces de hacer lo mismo, y ante ciertos otros, opinamos que hay que tener paciencia, pues aquellos que tomamos con menos severidad son aquellos pecados con los cuales nos identificamos.
De nada vale excusarse. El pecado es pecado. y si alguno hubiese pecado, no debe minimizar el hecho, sino condenarlo. Porque aquel que “los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13) “Y Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)
Por permitirnos pecados en nuestras vidas perdemos el discernimiento y el poder espiritual. Esto trae consecuencias terribles en lo personal y en la vida de iglesia. De nada vale pensar que estamos tan apocados porque son los últimos tiempos. Es verdad que estamos en los últimos días, y que El Señor llama a los suyos “manada pequeña” pero, también es cierto, que el poco fruto en nuestra vida, y la falta de la manifestación del poder de Dios en medio nuestro, es consecuencia de nuestra poca espiritualidad. Nosotros, no convertimos a nadie, ni congregamos a las personas. Es Cristo quien salva y congrega, como así también quien nos hace habitar en familia. Él, sigue teniendo mucho pueblo en todo lugar, pero a veces, a causa de nuestro estado espiritual bajo, no puede confiarnos almas.
¿Hay pocas conversiones en nuestro medio? ¿Son pocos aquellos que se suman al testimonio de la iglesia local? ¿Las reuniones son poco asistidas? ¿Es poco el compromiso con la obra del Señor? Esto nos hace pensar en lo que dice la Biblia: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos” (Hageo 1:7) Esto nos llevará a humillarnos en confesión y arrepentimiento y el Señor finalmente nos levantará.
Tengamos siempre presente: Pecado es todo aquello que el Señor reprueba, por eso la Palabra dice: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:30-32)
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