Una hermana encargada de la escuela dominical, les enseñaba a los niños a orar siempre y no desmayar.
Los niños interesados prestaban mucha atención.
Uno de los niños comentó que su abuelita, todas las mañanas, pasaba un rato largo, encerrada en su cuarto, orando de rodillas
Otro niño le preguntó: ¿Pasa mucho tiempo orando? ¿Cómo hace? Yo no puedo estar un rato largo orando, no tengo tantas cosas para pedir…
El niño que comentaba acerca de su abuelita, dijo que ella hacía una lista con nombres de personas y de necesidades por las que orar, y de esa manera no se olvidaba de nadie.
¡Ah!, Dijo el otro, ¡con razón, porque sino uno se olvida!
La maestra, que hasta allí los escuchaba atentamente, les dijo:
Miren niños, yo les enseñaré una forma sencilla, que ustedes podrán utilizar siempre para la oración. De la manera que les voy a enseñar, podrán orar sin cesar, y así llevar a cabo aquello que nos enseña la Biblia donde nos dice: “sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6) “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18)
Presten atención. Esto, que les enseñaré, es algo sencillo que los ayudará a orar sin olvidarse de nadie.
No siempre tendremos a mano un pizarrón, ni una lista donde anotar los nombres de las personas y los motivos por los cuales orar, pero sí, tenemos en nosotros mismos, algo que nos será como un recordatorio perpetuo. Me refiero a los dedos de nuestras manos. Hoy les enseñaré a orar con las manos.
Al orar juntemos nuestras manos y pensemos esto:
El dedo pulgar, es el primero, por ser el dedo que tenemos más cerca nuestro.
Esto nos hace pensar que debemos recordar siempre a nuestros seres queridos. Aquellos que son los más cercanos a nuestro corazón. Los que tenemos a nuestro lado siempre y orar por ellos.
El dedo índice, es aquel que se utiliza para señalar, el que utilizamos, cuando hacemos nuestras indicaciones. Por eso, al ver este dedo, recordaremos a todos aquellos que están puestos por Dios para señalarnos el camino a seguir y para instruirnos. Esto incluye a los maestros y profesores que nos enseñan, a los hermanos con responsabilidad en la congregación etc. Tengamos siempre presente, que todos ellos, necesitan sabiduría de lo alto para poder llevar a cabo aquella misión de una manera agradable a Dios.
El dedo mayor, es el dedo más alto de todos; entonces este dedo nos recordará lo que nos dice la Palabra, en cuanto a orar “Por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad (1Timoteo 2:2) Debemos orar por los que gobiernan, por los que deben tomar las decisiones importantes para la nación, como así también para todos aquellos que están en los altos puestos de responsabilidad, en cualquier ámbito y lugar que estuviésemos. “Porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13:1)
El dedo anular, aunque nos sorprenda, es considerado para muchas tareas como el dedo débil. Siendo así, nos recordará siempre el deber que tenemos de orar, por los que se encuentran en situaciones difíciles. Los que necesitan la asistencia del Señor de una manera especial. Recordemos a los que están enfermos, los que pasan por situaciones extremas de pobreza, los que pasan por pruebas en sus empleos o en su economía, y muy particularmente a los débiles en la fe, que van flaqueando en el camino, y dejando la asistencia a las reuniones. Recordémoslos en oración “para que sean sanos en la fe”
Y por último, el dedo meñique, que como todos sabemos, es el dedo más pequeño de nuestra mano. Ese dedo, nos recordará la necesidad de orar por los pequeñitos, lo cual será siempre una tarea dulce y agradable a los ojos del Señor; teniendo siempre presente que, pequeños, es como debemos vernos a los ojos de Dios. Y teniendo en cuanta nuestra pequeñez, nuestra poca fuerza, y nuestras propias necesidades, no dejemos nunca de orar por nosotros mismos.
Conscientes de nuestra propia pequeñez, tendremos siempre una mejor visión de las necesidades de los que nos rodean.
Así, contemplando nuestras manos, tendremos una lista completa de todo y de todos por cuanto debemos orar.
Aquel día, los niños contemplando sus manitos, regresaron a sus hogares habiendo aprendido una linda lección sobre la oración.
¡El Señor bendiga a las madres y a todos aquellos que se ocupan de enseñarles el camino de Salvación en Cristo Jesús a los más pequeñitos! Esta, es una de las tareas más nobles que podamos hacer. Una inversión en el reino de Dios, que dará sus frutos de una manera que jamás podremos calcular o saber. Los niños son un especial tesoro para el corazón de nuestro Señor y lo que le enseñamos llegará a sorprendernos, al ver el efecto que hará en el tiempo en sus corazones.
Así fue para un cristiano que visitaba con frecuencia una aldea, anunciando el evangelio. En ese lugar, siempre se encontraba con un niño que tenía una deficiencia mental. El niño, a pesar de sus dificultades, fielmente acompañaba al evangelista y lo escuchaba con atención. Aquel creyente, le había enseñado una simple pero potente oración, para que hiciera son sus manitos. El niño estaba feliz. a pesar de sus limitaciones, al menos podía repetir de memoria, parte del primer versículo del Salmo 23 “El Señor es mi pastor” y lo hacía de la siguiente manera:
Comenzaba con el dedo pequeño, el meñique, diciendo: EL. Seguía con el dedo anular, y decía: SEÑOR. Continuaba con el dedo mayor y decía: ES. Con el índice decía: MI, y al llegar al dedo pulgar, lo tomaba con fuerza, aferrándose con toda su otra mano y repetía en voz alta la palabra: PASTOR. El evangelista le había aconsejado que todos los días lo recordara, y de manera especial, cada vez que necesitará algo o tuviera miedo.
Pasado un tiempo, el evangelista volvió a aquel sitio y le llamó la atención no encontrar a su joven amigo. Preguntó por él, hasta que alguien de la zona le dijo con tristeza en los ojos: ¡Oh pobre muchachito! Ya no podrá verlo más. El niño falleció. Al parecer, perdió el equilibrio y cayendo al río pereció ahogado. Una tristeza tremenda embargo el corazón del creyente, quien siguió indagando para saber más sobre el hecho, hasta que con asombro, quien le diera la noticia, le comentó lo siguiente: ¿Sabe?, dijo aquel hombre, lo más extraño fue que al encontrarlo sin vida, vimos que en lugar de haberse aferrado a alguna rama o algo para salvarse, lo encontramos con su manito derecha apretando fuertemente el dedo pulgar de su mano izquierda.
¡Bendito sea nuestro Dios! A pesar de lo triste de lo acontecido, el niño en aquel momento terrible, abrazó con fe aquello que se le había enseñado, encomendándole su alma a su salvador.
Tengamos siempre presente. Nunca es en vano el tiempo que se les dedica a los niños hablándoles del Salvador.
“Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6) “Porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9)
Lectura de la semana