PREGUNTA:
¿Reconoceremos a nuestros seres queridos y a los demás salvos, cuando estemos en el cielo?
RESPUESTA:
Realmente, saber si en los cielos podremos reconocer a nuestros seres queridos, es una pregunta que generalmente todos nos hicimos alguna vez.
Primeramente, antes de buscar en las Sagradas Escrituras que se dice Dios al respecto, es necesario que cada uno de nosotros, tenga la plena seguridad de que será recibido en los cielos. “Porque os digo que si VUESTRA JUSTICIA no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20)
¿Qué quiso decir el Señor Jesús con esto? Que para entrar en su reino, el hombre debe ser declarado justo. Aquel que es justo, tiene la cobertura de una justicia que lo avala.
Ahora bien. Los escribas y fariseos, no eran personas comunes entre los judíos, pues ellos, además de tener un origen tan noble por ser descendientes de Abraham, cosa que caracterizaba a todo Israelita, eran personas religiosas, con una gran apariencia de piedad, escrupulosos en guardar la ley y conocedores de las Escrituras.
Para cualquier persona común del pueblo, si había hombres que podían proclamarse justos, eran justamente los Escribas y Fariseos y, sin embargo, la justicia en la cual se amparaban, no les alcanzaba para ser declarados justos delante de Dios.
¿Dónde encontrar entonces una justicia mayor que la de los jefes religiosos que se ocupaban continuamente de las cosas santas? : La respuesta es: En Cristo.
Cristo Jesús, fue el único justo, y Dios es justo en justificar, <es decir en declarar como justos> a los que son de la fe de Cristo Jesús (Romanos 3:26)
Llegará el día, en el que todos serán presentados delante de Dios. Algunos podrán argumentar su justicia, porque quizás hicieron buenas obras; pero, en ese momento, delante de la Santidad de Dios, entenderán lo que dice la Biblia. “Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6)
Otros, se presentarán reconociéndose pecadores, pero, habiendo recibiendo al Señor Jesús como salvador. Y como Cristo, sí, es Justo, su justicia cubrirá a todos los que se encuentren representados en él.
La Biblia dice: “Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30)
Teniendo en cuenta esta gran verdad, que solamente entrarán en el cielo, todos los que estén justificados por Dios, podemos buscar ahora juntos y ver que dice la Palabra acerca de lo que nos preguntábamos, es decir: Si estando en el cielo, reconoceremos a nuestros seres queridos.
Primeramente, recordemos que con la muerte física, no se termina todo, pues el ser, no deja de existir, la parte espiritual del ser humano no muere.
Antes de seguir adelante haremos un paréntesis para la siguiente aclaración: Hay sectas, que niegan el castigo eterno y la vida después de la muerte, argumentando que la Biblia dice: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20) Por lo cual, al encontrarse con este versículo, llegan a la conclusión errónea, de que el alma muere.
Leyendo atentamente el texto mencionado, no tomando sólo una parte, como pretexto, uno ve, que aquí, el dictamen de Dios no se refiere a la parte inmaterial del ser (el alma) sino a la persona. Esta forma de expresión se llama. Sinécdoque. Y es lo que se utiliza, cuando al expresarnos, uno nombra, una parte por el todo, o todo, por una parte. Como cuando se dice. <Trabaja para ganarse el pan>, lo cual significa, no solamente el pan, sino la comida en general. En el pasaje de Ezequiel, obviamente, se está utilizando una sinécdoque, y tal pasaje, podría leerse de la siguiente manera: “La persona que pecare, esa morirá”
Con este breve comentario, queremos dejar en claro, que la parte inmaterial del ser humano, es decir su alma, no deja de existir en el momento de la muerte física, que es simplemente, la separación del cuerpo, que es la parte material del hombre, de su parte inmaterial (alma y espíritu).
El Señor Jesús, hablándole a los suyos, dejó también, bien en claro, que Dios, no considera como inexistentes a los que han pasado sobre esta tierra y ya no están con nosotros. Él dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Mateo 22: 32) “Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Lucas 20:38) Cuando dijo esto, Abraham, Isaac y Jacob ya habían muerto, sin embargo, no dice “Yo era el Dios” sino, YO SOY EL DIOS. Pues para Dios viven, aunque sus cuerpos hayan vuelto al polvo.
Volviendo a nuestra pregunta, si nos reconoceremos en el cielo, podemos decir, que hay muchos pasajes en las Escrituras que nos sugieren que sí, que efectivamente tenemos más evidencias para pensar que sí, que para pensar que no.
Dios, dijo que los patriarcas del pueblo escogido, cuando murieron, que se reunieron con sus padres o con su pueblo. De Abraham leemos que, “a los ciento setenta y cinco años, exhaló el espíritu y fue unido a su pueblo” (Génesis 25.7-8). De Isaac dice lo mismo (Génesis 35.29) y Jacob, es el mismo, quien al anunciar su muerte, dice que va a reunirse con su pueblo (Génesis 49.29) Por todos esos pasajes, entendemos que aquellos siervos del Señor, fueron a reunirse con sus antepasados, donde lógicamente, los reconocerían.
En el relato bíblico de (Lucas 16:19-31) vemos claramente que tanto Lázaro en el paraíso, como el rico en el lugar de tormento, reconocen a Abraham. En (Mateo 8.11-12) el Señor también dice que los salvados reconocerían a los patriarcas; y ciertamente en el monte de la transfiguración los tres discípulos, en una escena anticipada de la gloria del Señor, reconocieron a Moisés y Elías, aunque jamás los habían visto (Mateo 17.1-8). Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios afirma categóricamente que él es Dios de vivos y no de muertos, y obviamente reconocibles.
Muchos tropiezan con el pasaje bíblico donde se nos dice, que aquellos hombres que no creían en la resurrección y pertenecían a la secta de Saduceos, quisieron probar al Señor Jesús con aquella pregunta. “Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano.
Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. Y así sucesivamente a los otros…
¿De cuál de los siete será mujer, ya que todos la tuvieron?
Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo (Mateo 22: 24-30)
Con este pasaje aprendemos lo siguiente: No, que en el cielo no tendremos identidad ni nos reconoceremos, sino que en aquella esfera, no estaremos en la condición de aquí abajo, sujetos a los lazos terrenales que tenemos sobre la tierra.
Los Ángeles, son seres que también se reconocen. El ángel Gabriel, no es el mismo que el arcángel Miguel. Son plenamente diferenciados y reconocidos sin que cambie en nada su condición. No debemos confundir la condición terrenal con la celestial. Aquí en la tierra los seres humanos tenemos lazos terrenales que en el cielo no existirán y sentimientos que crean estos lazos que en el cielo serán distintos. Por ejemplo. Aquí, alguien ama a su cónyuge, a sus hijos, a los hermanos, a los vecinos, a la humanidad… Sin embargo, bien sabemos que ese amor, no es igual para con todos, pues, es distinto el amor que uno siente por su esposa, que por aquellos seres humanos a la distancia con los cuales nunca ha tenido trato. En el cielo el sentimiento de amor ya no será como en esta tierra, será perfecto, como el de Cristo, y un amor igual regirá todas las relaciones de los que allí estaremos; donde todos seremos vistos, como objetos de la gracia de Dios, y ya no, en relación de esposa, esposo, hijos, o padres.
Ahora bien, volvemos a decir que debemos tener presente que, aunque no existirán estas relaciones mencionadas, que sí existen en la tierra; no quiere decir por eso que nuestros corazones no se gocen juntos en la presencia del Señor reconociéndonos los unos a los otros.
Otra cosa que podemos agregar es lo siguiente: La presencia del Señor allí lo llenará todo, y no habrá pena, ni dolor, ni nada que quite el gozo santo de la presencia de Dios. Hay un cántico que dice: “La memoria retendremos a cubierto del dolor” Y esto es, porque justamente habrá memoria, pero solamente de las cosas bellas de la gracia de Dios que moverá los corazones continuamente a la adoración.
Allí todo será distinto. Si en el estado corporal y en la condición que vivimos hoy, pasaríamos a la eternidad, estaríamos sujetos aún a sentimientos que enturbiarían el gozo. Como, por ejemplo, saber que algunos de nuestros seres amados son salvos y otros no. En el cielo, el Señor lo llenará todo, y ya no habrá pena ni dolor, ni memoria de todo cuanto pueda hacernos sufrir, pues un mismo y perfecto amor lo llenará todo para la gloria de Dios.
Con estos versículos, podemos tomar aliento pensando que en los cielos nos reconoceremos. Considerando además, que si en la tierra, a pesar de tantas debilidades y limitaciones como tenemos, poseemos igualmente capacidades extraordinarias ¡¿Cómo podríamos pensar que en el cielo tendremos menos capacidades que las que tenemos ahora, para poder reconocernos y gozarnos juntos?! ¡Imposible! Allí, todo será perfecto, conoceremos como fuimos conocidos, y la presencia del pecado ya no estará más para estorbarnos ni entristecernos.
Preguntas Bíblicas