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Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo. (Hechos 9:31)
“Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 16:4,5)
El libro de los Hechos de los apóstoles, nos muestra cómo se iba realizando la obra del Señor y las Iglesias crecían. Eran fortalecidas por el Espíritu Santo, y cuando algo contristaba la acción del Espíritu esas cosas eran juzgadas y corregidas. Por eso las Iglesias eran confirmadas y aumentaban en número cada día. En esos tiempos, los creyentes vivían una fe genuina. Eran testimonios vivientes de la gracia de Dios y anunciaban a Jesucristo naturalmente. La Iglesia se mantenía unida y no regulaba y establecía lo que dice la palabra de Dios, sino que era la Palabra de Dios la que regulaba sus vidas. Las iglesias locales recibían en una perfecta unidad las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y ancianos y las guardaban celosamente.
Hoy tenemos más privilegios que los cristianos de aquellos primeros tiempos, pero nuestra fidelidad falta. La Iglesia del Señor, que es Una y está llamada a testificar esa unidad, se pelea y divide por liviandad o legalismos, dejando de lado las enseñanzas de la Palabra de Dios por un dogmatismo basado en interpretaciones privadas. Y “las iglesias” quedan diezmadas o crecen lentamente, pero por causas de división, no por multiplicación. Debemos sujetarnos a la sana doctrina bíblica, separarnos de la iniquidad, obviamente, pero no encerrarnos, sino salir a predicar el evangelio y el Señor añadirá a la Iglesia los que se vayan salvando cada día.
Pensamientos para reflexionar
