LA LEY Y EL EVANGELIO (2)

Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos 8:4)

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14)


A la ley se la comparó muchas veces con una plomada que colocada en una pared muestra sus imperfecciones, si está bien a plomo o está inclinada. O con una lámpara que alumbra en la oscuridad. La luz de una lámpara pone en evidencia todo el desorden y la suciedad que se encuentra en su entorno. Y eso es perfecto. Lo que no es perfecto, es esperar que la plomada enderece una pared torcida ni que sea la lámpara la que limpie y ordene un cuarto desordenado. La lampara como la ley, no limpia, solo manifiesta y evita tropiezos. Si uno quiere limpiarse de la suciedad que ocasiona el pecado, no lo puede hacer mediante la observancia rigurosa de la ley, ni mediante prácticas religiosas, ritos ni sacrificios, porque tal como la Biblia dice: “ Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2:22) Solo la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7) Por eso, Dios, habiendo sido satisfecho por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre (Hebreos 10:10) No mandó a los suyos  a predicar la ley, sino el evangelio de la gracia de Dios. (Hechos 20:24) Para que todo aquel que en él cree, no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16)


Pensamientos para reflexionar

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