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“Entonces (el rico) dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:27-31)
La Biblia dice que Simón el mago creyó, se bautizó y estaba atónito viendo las señales que se hacían en el Nombre de Jesús, cuando Felipe predicó en Samaria. Sin embargo, su corazón permaneció en tinieblas. El ver el poder de Dios y maravillarse, no produjeron en él una fe salvífica, la convicción de pecado, la necesidad de un salvador… Las señales confirmaban el mensaje, Felipe no inducía a las personas a prestar atención en los milagros, sino que se limitaba a predicar a Cristo. (Véase Hechos 8:5-24) Pero Simón
El rico que menciona el Señor Jesús, pidió que alguien se manifestara de entre los muertos a sus hermanos para que estos, al ver esa manifestación extraordinaria y milagrosa, creyeran y se salvaran. Pues, también, como muchos, pensaba que si ellos veían algo sorprendente se convertirían. Pero, se le dijo que ese no era el camino para la salvación. Ellos no iban a ser salvos por ver, sino por creer, y para eso tenían las Escrituras. Porque “La fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17)
El ver cosas espectaculares, puede hacer que las personas comiencen a congregarse o inclusive cambien de religión, pero eso no alcanza. Para ser salvos, deben proceder al arrepentimiento y creer en Jesucristo cómo único y suficiente Salvador. A eso, solo se llega mediante el efecto de la Palabra de Dios.
Pensamientos para reflexionar
