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“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo” (Salmos 19:7)
“Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13)
Podemos ver a personas sanarse milagrosamente, pero siempre el mayor de los milagros será, ver a una persona convertirse. Verlo nacer de nuevo, cambiar para vivir de allí en más para la gloria de Dios. Con esto nos referimos a verdaderas conversiones, no a lo que se ve comúnmente.
Muchos dicen: Fulano se convirtió… está en las cosas del Señor… Y esto solamente porque ahora, el supuesto convertido asiste a las reuniones, aunque aún no se vea verdaderamente si pasó de la muerte a la vida, ni muestre cuán precioso es el cambio operado en su ser.
Muchos se conforman con ganar almas para “la iglesia” Entonces se dan por satisfechos al conseguir que se integren personas nuevas. Pero si se piensa como pensaba Pablo, que decía: yo no predico “procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios 10:33) No se conformarán solamente con que la gente confiese a Cristo, sin manifestar los frutos de una nueva vida. Sino que buscarán que quien dice ser de Cristo, verdaderamente lo sea.
Muchos enfatizan en los milagros, porque dicen que los milagros hacen que las iglesias se llenen. Y puede ser. Lo que no hacen los milagros es que la gente se convierta. Pues la gente no se convierte por el efecto de un milagro, sino por el efecto de la Palabra accionada por el Espíritu Santo.
Pensamientos para reflexionar
