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“Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:51-52)
“Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados… Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:1-4)
Según un censo de los últimos años, hay en el mundo 42000 denominaciones cristianas. Esto, contando cada rama y confesión de fe “cristiana” aunque sean separaciones de separaciones y dentro del ámbito católico, protestante y de toda secta imperante que profese una raíz cristiana.
Parece increíble, pero esto es el fruto que evidencia la voluntad humana imponiéndose ante la autoridad de las Escrituras, que enseñan y mandan a ser “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3) A guardar el testimonio a la unidad del Cuerpo de Cristo, quien murió para juntarnos en Uno. (Juan 11:52)
¿En qué se diferencian todo ese enramado de sectas y denominaciones? Básicamente en la doctrina, en sus credos, sus tradiciones… Pero fundamentalmente también en un punto que muchas veces olvidamos y que es en su forma de gobierno, es decir, como manejan las cosas santas. Vida eclesiástica, recibimiento, disciplina…
Debemos recordar siempre que la Iglesia es del Señor y, por lo tanto, su autoridad es divina; aunque esta autoridad divina el Señor la delegue luego de alguna manera, en personas, para que guarden el buen orden en su Nombre, dentro de su Casa.
Por eso, ante tal responsabilidad, no puede guiarnos la tradición, ni nuestro buen criterio, sino la Palabra bien interpretada, para que sepamos como debemos conducirnos en la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar
