
(Léase Números 19)
“El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. Al tercer día se purificará con aquella agua, y al séptimo día será limpio; y si al tercer día no se purificare, no será limpio al séptimo día. Todo aquel que tocare cadáver de cualquier persona, y no se purificare, el tabernáculo de Jehová contaminó, y aquella persona será cortada de Israel; por cuanto el agua de la purificación no fue rociada sobre él, inmundo será, y su inmundicia será sobre él. (Números 19:11-13)
La Biblia dice: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Romanos 15:4) Estas ordenanzas del Antiguo Testamento, tienen muchas enseñanzas cuando las aplicamos en el sentido espiritual. Esto, obviamente, no es hacer doctrinas de figuras a nuestro antojo, sino aplicar espiritualmente esas analogías, corroborando con ellas las demás enseñanzas bíblicas.
Hoy como antaño, mientras peregrinamos sobre la tierra, no podremos evitar contaminarnos con cosas relacionadas con el pecado. Y la consecuencia del pecado siempre es muerte. (Véase Romanos 6:23 y Santiago 1:15) Por eso, el creyente cuando peca, aunque le parezca un pecado chiquito, ese pecado lo aleja de Dios e interrumpe su comunión. Por lo tanto, debe confesarlo para ser perdonado paternalmente y limpiado de toda maldad (1 Juan 1:9) Sin embargo, algunos preguntarán: ¿Cómo llegar al estado de reconocimiento y arrepentimiento para la posterior confesión y limpieza? La respuesta es por las aguas de purificación que tenemos en las Escrituras.
Esas Escrituras nos harán ver y sentir el pecado, la falta, y eso será en un momento divino (el tercer día) Luego hará su efecto hasta llevarnos a la confesión genuina, (el séptimo día), donde Dios nos declarará limpios.
Para nosotros, el día tercero y el séptimo, no son días literales, simplemente son mencionados aplicados al momento preciso en que Dios obra en nuestro interior, mostrándonos como sufrió Cristo por esos pecados y conduciéndonos a la confesión.
Pensamientos para reflexionar