Jesús dijo: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13,14)
“Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2 Corintios 1:21,22)
El Espíritu Santo vino a morar en el creyente, luego de la muerte, resurrección y exaltación de nuestro Señor Jesucristo. Su venida se cumplió cuando se celebraba la fiesta de Pentecostés, cincuenta días después de la pascua y está descripta en Hechos capítulo 2. Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento, vemos la enseñanza que todo aquel que realizaba una tarea santa para Dios: Sacerdotes, profetas, o reyes en el pueblo de Israel, debían ser ungidos. Esa unción especial no solo era para identificarlos como señalados, sino también enseña que todo aquel que hacía algo para la gloria de Dios debía estar capacitado y dirigido por el Espíritu Santo. Para nosotros es igual. Los discípulos recibirían poder para testificar cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo (Hechos 1:8)
De esta manera, podemos ver que las enseñanzas gnósticas de que solo los iniciados en su filosofía eran los que tenían la revelación, era falsa, pues todo aquel que es un hijo de Dios, tiene acceso a la verdad plena por el Espíritu Santo. Así, también es falsa la doctrina de la iglesia carismática actual que enseña que la unción del Santo es algo que sucede luego de la conversión y que todos deben esperar para ser facultados. Pues el Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad de Dios, viene a morar en el creyente desde el mismo momento de la conversión (Efesios 1.13)
Pensamientos para reflexionar
