“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16,17)
“La palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13)
Cuando alguien se siente mal y va al médico, el facultativo lo examina, diagnostica y medica. El médico en sí no lo cura, es la medicación en todo caso la que hace el efecto deseado y el enfermo se recupera.
De la misma manera sucede en lo espiritual. Ningún pastor, ni predicador tiene poder para salvar a nadie, ni para solucionar los problemas de fe, sino la medicina sagrada que se encuentra en la Palabra de Dios. A veces, nos puede pasar como aquel enfermo, del cual se dice que intrigaba a sus médicos, pues pasaban los días y no mejoraba, a pesar de estar bien medicado. Hasta que constataron que en realidad no mejoraba porque estaba tomando mal su medicación. Como la medicina le parecía muy fuerte, la dosificaba y a veces si sentía mejor salteaba la toma. Obrando de esa manera, no evolucionaba nunca.
En lo espiritual pasan cosas similares. Muchos creyentes, no crecen y no manifiestan una fe sana, debido a que no leen la Palabra de Dios diariamente. Luego, sintiéndose flojos, en lugar de volverse a las Escrituras buscan la solución cambiando de congregación, o innovando la vida cristiana. Aunque nada de eso le es efectivo, porque esas cosas no tienen el poder para producir la espiritualidad, que es el fruto de una vida piadosa de comunión con el Señor, para lo cual, la Palabra de Dios es fundamental.
Pensamientos para reflexionar