La Fe parte I

(Breve meditación sobre efesios 2:8)

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” Efesios 2:8


Con la ayuda del Señor, meditaremos un poco acerca de la fe. Esto, tomando como base en esta primera meditación, el versículo del encabezamiento: Efesios 2:8

Como suele decirse, la palabra fe, es una palabra muy corta, pero con un alcance infinito. Forma parte esencial de nuestro léxico cristiano, ya que tiene diferentes aspectos que se manifiestan en la vida cristiana.

Conocemos la fe, como aquello indispensable para ser salvos de la eterna condenación. Sin fe, nadie puede ser salvo, pues como leímos “sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8)

Pero también entendemos otras acepciones de la misma palabra fe. La fe como aquella santa energía que hace andar al creyente el camino recto, aunque no vea aún los resultados. “Porque por fe andamos, no por vista”· (2 Corintios 5:7)

Y también la acepción de la fe, como aquello en lo que creemos, es decir, el conjunto de la doctrina cristiana. “La fe que ha sido dada una vez a los santos” (Judas 3)

Estos principales aspectos de la fe, nos hacen ver, que cuando leemos FE, no siempre se refiere exactamente a lo mismo; pero si tenemos en cuenta estos principios divinos, fácilmente entenderemos el pensamiento de Dios que allí se nos está presentando.

El versículo que mencionamos en el encabezamiento  “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”, es muy claro y simple, y si podemos desglosarlo para comprenderlo mejor, encontraremos un verdadero deleite en la gran salvación de Dios, que nos es ofrecida en Cristo Jesús.

Claramente leemos, que somos salvos por gracia. La palabra gracia, en el lenguaje Bíblico, significa: Favor, beneficio o don, inmerecido. Esto nos hace ver que Dios en su justicia, no debía haber salvado a nadie, pues “Todos pecaron” (Romanos 3:23) “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20) Sin embargo, sin negar su  justicia ni su santidad; por amor,  quiso salvar a los pecadores, y esto lo llevó a cabo, enviando a su Santo Hijo Jesús desde los cielos, para que  estando entre nosotros, en la condición de hombre,  y siendo él, el único sin pecado, pagara en la  cruz del Calvario el precio de nuestra salvación.

Esta es la gracia de Dios que se manifestó para salvación a todos los hombres. (Tito 2:11) Ninguno de nosotros merecíamos que Dios obrara de esa manera, sin embargo, Dios obró por gracia.

Hasta aquí, todo  nos es totalmente claro, pero, aparece la palabra fe. “Por medio de la fe” Y esta aclaración es la que nos hace ver, que si bien la gracia de Dios está a favor de todos los hombres; no todos los hombres serán  salvos, sino, solamente, los creyentes; ya que el medio de apropiarse de esa salvación tan perfecta, es la fe. Y como broche de oro, cerrando el círculo de esta declaración tan maravillosa, se nos enseña, “Y esto no de vosotros, pues es don de Dios” Palabras que nos incitan a la adoración, pues aquí,  nada hay de nosotros, sino que todo es trabajo de Dios.

Ahora bien, el final de este versículo, fue muchas veces mal interpretado; pues algunos hombres, en su incredulidad, osaron argumentar, que si la fe es el único medio para apropiarse de la salvación ofrecida, y esa fe, es un don de Dios, ellos, son incrédulos,  porque Dios no les otorgó ese don. No se consideran culpables, sino simplemente se defienden,  pensando que ellos no pueden creer, porque les falta el don de la fe, y con ese argumento, niegan toda responsabilidad de su parte.

Obviamente, esto es absurdo, y de nada les servirá, a quienes piensan así, cuando deban comparecer delante del Señor y se les  pregunte, qué actitud, tomaron ante la gracia que les fue ofrecida para ser salvos.

Para comprender en alguna medida el alcance de aquella expresión, “por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios”  imaginémonos la siguiente escena:

Dos hombres son arrastrados por el  oleaje del mar y están a punto de ahogarse. Todas sus fuerzas, sus capacidades, sus conocimientos son insuficientes. Se encuentran desesperados ante lo irremediable; ¡cuando de pronto! ven acercarse algo inmenso. Una gran embarcación se aproxima a ellos, y desde lo alto, le arrojan los salvavidas. Uno de ellos, ve el salvavidas amarrado a una cuerda, lo observa, pero le parece demasiado débil. Mira la embarcación y  no reconoce  su origen, y desconfiando de todo aquello,  intenta esforzarse aún más para evitar ahogarse, nadando desesperadamente.  Aquel hombre, hace todos sus esfuerzos para salir de aquellas corrientes que lo arrastran mar adentro. A pesar de todos sus esfuerzos, aquel que desecho el salvavidas, pereció en el mar… 

El otro nadador, exhausto, mira  el salvavidas que pende de aquella cuerda y ansía acercarse para asirse de aquello que reconoce es su salvación, pero está tan agotado que no alcanza tomar aquel salvavidas. En ese momento, una fuerza superior a lo que él  pudo comprender, lo impulsa y así es capaz de arrebatar aquello que se le ofrecía. Fue como si unas manos angelicales lo hubieran tomado y se lo hubieran puesto, y aquel hombre, aferrado al medio de su salvación, fue rescatado de las aguas,  vivo.

En esta escena encontramos a los hombres, como imagen de las personas a punto de perecer. De pronto, alguien, a quien no conocen, les acerca el medio de salvación. El salvavidas es Cristo, y es ofrecido gratuitamente, por gracia. Está allí a disposición de los que están a punto de perecer, pero hay quienes lo miran como algo demasiado simple. Hay quienes desconfían, y prefieren seguir intentando salir de su situación por sus propios medios. De esa manera, a pesar de la gracia y la salvación que tenían a su alcance, mueren sin esperanza. Sin embargo, hay otros, que siendo trabajados por el Espíritu de Dios,   ante aquella gracia ofrecida, se rinden, reconociendo que están perdidos, y desean ser salvos. Se dan cuenta de que no tienen nada que aportar para su salvación, y que además en ellos no hay fuerza para mejorar,  y toman la decisión de rendirse ante Dios. En esos momentos y debido a esa actitud opera en ellos algo que humanamente es muy difícil de definir, pero que cambia su porvenir para siempre. Creen y se aferran a Cristo. A un salvador que durante toda una vida fueron indiferentes o rechazaron abiertamente. Como aquel hombre en el mar, que no tenía en él, las facultades  propias para tomarse del salvavidas, son los que reciben aquel poder de fe para aferrarse al buen Salvador.

Si el Salvavidas es Cristo, dado por Dios sobre el principio de la  gracia; la fe, que no es de nosotros, sino don de Dios, es como aquella fuerza con la que fue embestido quien se estaba ahogando, y que recibió en aquel preciso momento para aferrarse de la salvación; lo que concuerda con el estado del hombre,  en el cual, bajo el trabajo del Espíritu Santo, reconociendo su nulidad, confía y se aferra a Cristo como su Salvador.

Hay un pasaje muy aleccionador en el Evangelio que dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36) Aquí encontramos al que cree, y al que rehúsa creer. No dice, pero  los que no pueden creer, o, los que no recibieron  fe para creer, sino “el que rehúsa creer en el Hijo” Y esta expresión indica una voluntad activa. Esta voluntad activa para rechazar, hace responsable al hombre ante Dios que le ofrece la gracia. Nadie podrá decir delante del Supremo: Yo quise creer, pero nunca pude tener fe. Pues si verdaderamente es sincero, tendrá que reconocer, que jamás tomó la Palabra de Dios, como procedente del cielo mismo, sino que tuvo sus cuestionamientos, sus dudas acerca si la Biblia es o no, la fiel Palabra de Dios, y nunca tomó el mensaje creyendo que era Dios mismo que le estaba hablando. Jesús dijo: “Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lucas 11:10) Por escasa  que sea su comprensión acerca de las verdades divinas, Por pequeña que sea su confianza en Dios, si toma la posición que debe tomar el hombre ante su creador, con toda humildad y dejando de lado  sus ideas preconcebidas, verá que Dios se manifestará a él y a través de su Santo Espíritu, obrara en su corazón.

Hubo un hombre, que ante su gran necesidad se quebrantó delante del Señor Jesús, y le pidió por su hijo, volcándole su corazón y contándoselo todo. Jesús le dijo. “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” Allí, aquel hombre iba a conocer si realmente tenía fe o no. “E inmediatamente el padre de aquel muchacho que estaba siendo atormentado, clamó y dijo: Creo, pero ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:23,24)

El Señor Jesús, ante aquella actitud tan sincera de quien creía, pero a quien a la vez, le asaltaban las dudas, los pensamientos, el temor, y pidió que se le diera fe; respondió con un milagro maravilloso.

Recuerda: La fe salvadora, no es algo inherente en el ser humano, sino algo que nos da Dios para que seamos salvos  aferrándonos a la gracia que nos es dada en Cristo Jesús, quien murió en la cruz por nuestros pecados. La fe que es indispensable para la salvación es un don que Dios se goza en otorgar, a todos aquellos que no lo rechazan, rechazando Su Palabra y la acción del Espíritu Santo en ellos, quien los trabaja especialmente para que rindan su corazón.

Por lo tanto, todo lo referente a la salvación proviene de Dios. Dios nos ha provisto de un salvador en Cristo Jesús, quien  murió por nuestros pecados. Dios es el que ofrece ahora la salvación a todos los hombres por gracia, no por obras ni nada que los hombres pudieran hacer, sino sobre la base del sacrificio de Cristo y Dios es quien obra en los corazones de los que reciben el mensaje de salvación, para que en ellos se produzca el reconocimiento y la aceptación.

Por eso podemos exclamar como está escrito: “el que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:31).


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