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“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6)
“El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:6,7)
Todos los seres humanos tienen a su peor enemigo, más cerca de lo que piensan. Pues el peor enemigo del hombre es su carne. La Biblia llama carne a esa naturaleza pecaminosa que nos hace obrar cosas que Dios no quiere y que son pecado y nos perjudican.
Si cuesta creerlo, reflexionemos: ¿Quién nos hizo sufrir tanto como nuestra forma de ser, de sentir, de pensar y actuar? La carne nos hizo tomar malas decisiones, obrar equivocadamente, callar o hablar en el momento inoportuno, etc. La carne es la que se siente ofendida, la que es susceptible, la que se enoja, guarda rencor y quiere vengarse. La carne es un verdadero desastre, pero curiosamente, la consideramos y respetamos mucho, pues aún conscientes de que es tan mala le damos mucho lugar en nuestra vida y por lo general no la condenamos.
La carne actúa en el hombre sin Dios como también en el creyente. En las congregaciones de sana doctrina como en las sectas indistintamente. Solo, que mientras que los que son de Cristo y desean glorificar su nombre, la juzgan, los demás la alimentan.
La carne es un enemigo con quien nos podemos hacer alianzas. Además, debemos recordar siempre, que no tiene mejora (Romanos 8;7) Dios no mejora la carne de quien se convierte, sino que le da una nueva naturaleza para que por ella viva según el deseo de Dios.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar
