Un creyente se encontraba predicando el evangelio al aire libre, ante una audiencia numerosa que se había agolpado para escuchar su disertación.
El Espíritu Santo, lo condujo a presentar un mensaje claro, donde enfatizaba la culpabilidad del hombre y su condición desde el principio, citando el libro del Génesis.
Siempre confirmaba lo que iba diciendo con numerosos versículos, hasta que pasó a la Epístola a los Romanos y se detuvo por unos momentos en la expresión del (capítulo 5 versículo 12) Donde está escrito: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”
La concurrencia escuchaba hasta que finalmente, terminó su predicación.
Algunos se retiraron de aquel lugar, pensativos, recordando las palabras de aquel mensaje del evangelio; pero, hubo un hombre, que habiendo oído todo desde el principio, se dirigió airado al predicador y le dijo:
–Lo que usted dijo, yo no lo acepto. Es algo inconcebible y contradictorio.
Nos trata de convencer que estamos en un camino de perdición. Nos dice que cada uno es responsable ante Dios y que un día tendremos que rendirles cuentas; cuando primeramente nos dijo que heredamos el pecado de Adán, y que desde Adán todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios. Así que según usted, Dios es santo y justo, pero yo, terminaré en el infierno por culpa de Adán. Perdido, tan solamente porque Adán pecó. ¡Eso es completamente inadmisible para mí!, ¡Yo no acepto su religión! —
El evangelista, con toda calma y paciencia, lo miró a los ojos y le respondió:
–Creo que Ud. ha seguido todo lo expuesto con atención, pero lo ha interpretado mal.
Permítame que le haga una simple comparación, quizás de esa forma, logre entender lo que quise decir.
Supongamos que alguien me haya contagiado una enfermedad, y que al recurrir a los médicos, todos me dijeran lo mismo: <Su enfermedad es incurable, usted se encamina a la muerte.>
Yo, desesperado me encontraría sin consuelo, pero, de repente me encuentro con usted, quien al verme perdido, me dice: – ¿Usted padece tal enfermedad? Yo también la padecí.
Es una enfermedad terrible, que trae muchos sufrimientos y que conduce a la muerte, ¿pero, sabe usted? Yo me he curado de esa enfermedad, y conozco la medicina.
Es justamente este remedio que tengo aquí, el que usted debe tomar para salvar su vida. –
Y metiendo la mano en su bolsillo sacara un frasco con el medicamento, me lo diera, y me dijera: Tómelo, se lo ofrezco gratuitamente.-
¿Cómo tendría que obrar yo ante un ofrecimiento de esa naturaleza?
Lógicamente, tomando la medicina y dándole gracias con todo mi corazón.
Pero, supóngase usted que yo me negara, y dijera:
-No gracias. Yo creo que esta es una enfermedad incurable y me parece absurdo su ofrecimiento.-
Al obrar así, terminaría muriéndome, y Ud. seguramente, no diría que yo morí por causa de la enfermedad que otra persona me contagió; sino, por haber rechazado la cura, ya que me había ofrecido el medicamento gratuitamente y yo no lo quise.
Si hace memoria, en mi predicación también dije, que si bien. “La paga del pecado es muerte, la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6:23)
Si usted oye el evangelio, y cierra su corazón al mensaje de gracia que Dios le ofrece, no se perderá por haber heredado el pecado de Adán, sino por haber rechazado la gracia de Dios.
Recuerde que en la Biblia Dios atestigua de los que se pierden, que justamente van a la condenación, “por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2da Epístola a los Tesalonicenses 2:10)
Y entonces, sí, lo que usted mencionó, se cumplirá fielmente. Cada uno se presentará delante de Dios, y tendrá que rendir cuentas por todo lo que ha hecho. Allí, no habrá privilegios especiales para nadie.
El hombre ante la santidad de Dios contemplará, como si fuera en un film, toda su vida, todos sus hechos, y no podrá negar nada.
Y verá como dice (Apocalipsis capítulo 20:12) “Y vi a los muertos grandes y pequeños de pie ante Dios, y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las obras que estaban escritas en los libros, según sus obras….y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”
¡Qué cuadro terrible! Allí, por medio de símbolos bien comprensibles para nosotros, Dios nos hace ver que tiene todo anotado, como quien lleva el control en un libro, de todo cuanto hemos hecho, pensado, dicho… Y que también, tiene otro libro, que es el libro de la vida; libro en el cual, están los nombres de todos aquellos que recibieron al Señor Jesús como Salvador, y para los cuales no hay ninguna condenación, ya que el Señor Jesús pagó por ellos, llevando sobre su cuerpo, el juicio de sus pecados.
“Hoy es el día de salvación” Y nadie puede desechar la gracia de Dios que aún es ofrecida, ni dejar la resolución de la salvación para más adelante, porque nunca se sabe sí habrá alguna otra oportunidad.
Hay dos cosas que pueden ocurrir en cualquier momento, y que pondrían fin a la gracia que Dios le ofrece.
Primeramente, la muerte, que puede visitarnos en cualquier momento, sin avisar. Y debemos saber, que morir, es sólo cerrar los ojos en este mundo para abrirlos en la eternidad, donde ya no habrá más oportunidad de arrepentimiento para salvación.
La segunda cosa que puede ocurrir, es que el Señor Jesús venga a buscar a los que creyeron en él, tal como lo prometió “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3) Lo cual sucederá “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos…” (1 Corintios 15:52)
Cuando esto suceda, los que no creyeron, cuando aún había tiempo, se quedarán sin oportunidad de salvarse.
Por eso, piense y recapacite. Crea lo que Dios dice en su Palabra y reciba ahora la salvación que se le ofrece en Cristo Jesús. “porque en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12) —
Al escuchar esta explicación, aquel hombre reacio, dejó de lado sus argumentos y sin poner más escusas, reconoció ser un pecador, necesitado de un salvador.
Y usted que está leyendo este escrito, ¿ha recibido a Cristo como su salvador personal?
Si aún no lo ha hecho, no deje pasar esta oportunidad. Por medio de esta lectura, también está recibiendo el mensaje de salvación. No cierre su corazón, y acepte a Cristo como salvador.
“Entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado… entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:13 y 15)
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