
“Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:2,3)
“¿Qué, pues? Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:9,10)
Es muy común en las personas hacer distinción entre pecado y pecado y no sentirse tan pecadores como otros, que quizás cometieron hechos más aberrantes. Sin embargo, debemos reconocer, que si bien, no todos cometimos los mismos pecados, todos somos pecadores y estamos perdidos ante los ojos de Dios. Debido al entorno cultural, familiar, afectivo, religioso, etc. Y debido al tiempo y lugar donde hayamos vivido, podemos haber gozado de una mayor contención para no cometer todo lo que produce el pecado que tenemos dentro. (Véase Romanos 7) Pero eso no quita, que dentro de cada descendiente de Adán, haya un pecador totalmente corrompido con esa semilla pecaminosa capaz de hacer cualquier cosa.
Muchas veces decimos: Si yo hubiese estado en tal o cual situación, nunca hubiese obrado como tal persona, pues no soy así… Y estamos equivocados. En tiempos del Señor Jesús, seguramente todos nosotros lo hubiéramos rechazado también como aquella generación, porque no somos mejores. Por eso, Dios sabiendo que todos estamos arruinados por el pecado y ninguno de nosotros da en el blanco asignado por él, envió a su Hijo, para que muriera por nuestros pecados, y así hacer en él, una nueva creación según su pensamiento.
Por eso, como solemos cantar: ¿Quieres ser libre de toda maldad? Tan solo hay poder en Jesús. Cree en el Señor Jesucristo. Solamente en Cristo se está libre de esa condición pecaminosa tan esclavizante.
Pensamientos para reflexionar