“Ni aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara digas mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber la palabra” (Eclesiastés 10:20)
“En toda labor hay fruto; Mas las vanas palabras de los labios empobrecen” (Proverbios 14:23)
Dijo Jesús “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12;36)
El profeta Elías, y el profeta Eliseo, supieron decir: “Vive el Señor, en cuya presencia estoy…” Expresión que también en sentido similar utilizó el mismo Apóstol Pablo, al decir: Delante de Dios hablo. (Véase 1 Reyes 17:1, 18:15, 2 Reyes 3:14, 5:16, 2 Corintios 2:7, 12;19…) Esa es la forma en la que todos los creyentes deberíamos vivir, hablar y mostrarnos al mundo.
Con humillación debemos bajar nuestras cabezas reconociendo que no siempre obramos así. Muchas cosas hacemos y decimos que, si se hicieran públicas ¡cuánta vergüenza nos darían! Y cuántas disculpas tendríamos que dar por haber hecho comentarios duros o críticas despiadadas acerca de otras personas. Mientras que si cada opinión y comentario que hacemos, lo haríamos pensando que estamos delante de Dios y que los demás también pueden llegar a saberlo, seguramente, lo haríamos de una manera distinta, con gracia, aunque lo que tuviésemos que decir fuesen palabras de exhortación.
Siempre debemos obrar conscientes de que Dios nos ve, y todo cuanto digamos, debería ser dicho como en su presencia, de manera tal que, si lo que decimos, trasciende, no tengamos de que avergonzarnos.
La mejor manera de cuidarnos, no es la de no querer nunca dejar nada escrito, ni ningún audio que pudiesen ver otros que no fueran sus destinatarios, sino la de hablar todo como delante de Dios, tal como lo hicieron aquellos siervos de Dios, imitadores de Cristo.
Pensamientos para reflexionar
