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“También los hijos de Israel tomaron cautivos de sus hermanos doscientos mil, mujeres, muchachos, y muchachas, además de haber tomado de ellos mucho botín, que llevaron a Samaria. Había entonces allí un profeta de Jehová que se llamaba Obed, el cual salió delante del ejército cuando entraba en Samaria, y les dijo: He aquí Jehová el Dios de vuestros padres, por el enojo contra Judá, los ha entregado en vuestras manos; y vosotros los habéis matado con ira que ha llegado hasta el cielo” (2 Crónicas 28:8,9)
El rey Acaz hizo lo malo ante los ojos de Jehová, por lo cual Dios lo entregó en manos de los sirios y en manos del rey de Israel, sus hermanos del reino del norte. Habiendo hecho la malo no es extraño que Dios lo afligiera, pues la ira de Dios se revela contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18)
Dios utiliza muchas veces a las naciones como vara de sus juicios (Véase Isaías 10:5) Y le confía muchas veces también al hombre el juzgarlos de su parte. Pero, ¡cuidado al hacerlo! En el relato que mencionamos, el profeta Obed tuvo que reprender al ejército diciéndoles: “He aquí Jehová el Dios de vuestros padres, por el enojo contra Judá, los ha entregado en vuestras manos; y vosotros los habéis matado con ira que ha llegado hasta el cielo” (2 Crónicas 28:9) ¿No habéis pecado vosotros contra Jehová vuestro Dios? Ellos juzgaron el mal, pero lo hicieron con ira, sin contemplación, con malos sentimientos hacia sus hermanos. Lo cual Dios desaprobó, pues ellos también pecaban pero, como suele ocurrir, siempre uno ve mayor el pecado de los demás y sobre todo, si hay para con esas personas sentimientos encontrados.
Debemos obrar siempre en el temor de Dios recordando que “juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia, y que la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13)
Pensamientos para reflexionar
