
“Aplica tu corazón a la enseñanza, y tus oídos a las palabras de sabiduría” (Proverbios 23:12)
“Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3)
Uno de nuestros sentidos principales en importancia para nuestras relaciones con Dios, es el oído. Innumerables versículos bíblicos lo confirman. “El que tiene oído para oír oiga” (Apocalipsis 2:7) “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:15) “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28) “El que es de Dios, las palabras de Dios oye” (Juan 8:47)…
Indudablemente, como “por fe andamos y no por vista” (2 Corintios 5:7), se requiere tener los oídos bien abiertos a la voz de Dios. Además, debemos recordar “que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17) Esto el enemigo lo sabe perfectamente, y para que los hombres no lleguen a tener fe, atenta contra el sentido auditivo con todos sus elementos.
Actualmente, cuesta vivir una vida reflexiva en tranquilidad. Muchos para distraerse buscan aturdirse. Pareciera que no pueden estar en silencio. Así se hace difícil, discernir la voz de Dios que se presenta como “un silbo apacible” (1 Reyes 19:12)
La ciencia médica alerta acerca del uso de los auriculares por el daño que causan en el sistema auditivo. Nosotros, debemos decir que más allá de lo estrictamente clínico, el uso indebido de estos medios, afecta la audición espiritual, impidiendo muchas veces, oír la voz de Dios que nos habla diariamente en su gracia.
Pensamientos para reflexionar