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«Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó así mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías… Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos»(Efesios 5:1 al 7)
Vivimos en un tiempo, donde el mal avanzó tanto que todo aquel que diga que algo está mal, se encontrará con la desaprobación de todos a su alrededor, pues, la gente, no solo quiere hacer lo que Dios no quiere, sino que quiere ser aceptada y acompañada por los demás. Y cuando alguien, se atreve a decirle que las cosas no son así, según los ojos de Dios ante quien debemos rendir cuentas, es considerado como intransigente…
El mundo siempre fue igual pues el pecado abundó desde que se introdujo en nuestro medio, pero, mientras antiguamente, la gente que estaba en pecado, se conformaba con que no se le dijera nada, hoy ya no, Hoy piden más. La gente quiere que ser reconocida justa en sus injusticias y pura en sus perversiones y esto ocasiona problemas. Ante esto muchos transigen, pero los hijos de Dios no pueden, porque la Palabra de Dios lo prohíbe.
Muchos dicen que hay que ser tolerantes, y es cierto, pero todo tiene un límite que debemos siempre saber discernir. Como para muchos lo más importante es no discutir, entonces la tolerancia puede llegar hasta extremos increíbles. Para el creyente, el límite es el pecado, porque para él, lo más importante es estar bien con Dios en su voluntad y su comunión. Por eso, los creyentes no podemos ser partícipes con quienes quieren vivir pecando en desobediencia.
Pensamientos para reflexionar
