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“Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:22-23)
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y así jamás satisfaréis los malos deseos de la carne. Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne” (Gálatas 5:16,17 RVRA1989)
Un creyente contaba que, en su congregación, pasaron por un tiempo de angustia y reflexión al ver el estado espiritual en el que se encontraban. Buscaban agradar a Dios, pero, veían constantemente como obraba la carne. En esos momentos alguien dijo conocer la causa y dijo: Nosotros nos hemos arrepentido de nuestros pecados, pero tenemos la carga de pecados generacionales que nos atan. Debemos pedir perdón por ellos y todo cambiará. Toda la congregación celebró la idea y comenzaron a hacer confesión por sus antepasados y parecía que la congregación cambiaba, pero no. Las cosas seguían iguales.
Pensando, llegaron a la conclusión que era falta de santidad. Comenzaron a practicar la santidad separándose de todas las cosas hasta el punto de recluirse. Sin embargo, nada cambió. Así surgieron varias interpretaciones acerca de esas manifestaciones de la carne que deseaban corregir, hasta que un hermano leyendo las Escrituras comprendió la gran verdad bíblica sobre las dos naturalezas del creyente. Comprendió que la vieja naturaleza no mejora, ni cambia, y sigue en nosotros siendo siempre mala. Comprendió que el camino a seguir, no es tratar de mejorar la carne, sino andar en el Espíritu, en el poder de la nueva vida.
Verdaderamente, muchos piensan que el creyente es una persona que mejoró su naturaleza, en lugar de comprender que el creyente es una nueva creación de Dios en Cristo Jesús. (2 Corintios 5:17)
Pensamientos para reflexionar
