“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13)
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:31-32)
La Biblia menciona tres grupos distintivos de personas que es bueno que distingamos y tengamos presente.
1) Menciona a los judíos. Los judíos eran los representantes de Israel en tiempos de nuestro Señor, pues eran parte del reino de Judá, cuya capital estaba en Jerusalén.
2) A los gentiles, como se denominaba a toda persona que no pertenecía al pueblo de Dios, en ese momento, a todo aquel que no era judío (griegos, romanos, etíopes, etc.)
3) Y la Iglesia de Dios, que está compuesta por todo aquel que ha creído en Jesucristo como su único y suficiente salvador. “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita…” (Gálatas 3:11)
Notémoslo bien. La Biblia no habla de judíos cristianos, ni judíos mesiánicos, etc. sino de judíos, los cuales, una vez que creían que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, pasaban a formar parte de la Iglesia del Señor. Lo mismo que sucedía con los gentiles. Estos, tanto si venían de las naciones vecinas, como desde lo último de la tierra, siempre eran considerados gentiles hasta que se convertían y pasaban a ser parte de la Iglesia.
Hoy sucede lo mismo. Los judíos que aceptan a Jesús como Mesías y Salvador, tanto como los romanos que aceptan a Cristo como Salvador, no forman otro grupo distintivo por su origen, sino que forman la Iglesia de Cristo.
Pensamientos para reflexionar