
(Véase 2 Samuel 12)
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:13-15)
Luego del pecado con Betsabé, David fue reconvenido por el profeta Natán quien por medio de una historia alegórica le hizo ver el pecado que había cometido. En la alegoría, David era aquel hombre rico que tenía ovejas y vacas y Urías el hombre pobre que tenía una sola corderita que amaba y que le fue quitada para darle de comer a un caminante que apareció repentinamente. Ese caminante, es la representación de los apetitos carnales, ante los cuales sucumbió David, deshonrando a Dios grandemente.
Realmente, es una clara alegoría. David lo tenía todo, pero estando ocioso en el terrado, fue atacado por los deseos carnales que batallan contra el alma (1 Pedro 2:11) y así alimentó a aquel caminante que le apareció con la corderita del hombre pobre.
¡Qué tristeza! ¡Qué cuidado debemos tener! Si a un hombre como David que amaba a Dios, y no de palabra ni de lengua sino de hecho y en verdad, quien con un corazón íntegro sirvió al Señor, teniendo a pechos la gloria de Dios más que su propia vida, le acontecieron estas cosas, ¿Cuánto más podría acontecernos a nosotros?
Debemos ser conscientes de que todo cuanto puede producir el pecado, mediante los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, puede seducirnos fácilmente sino velamos andando en el Espíritu, permaneciendo en el Señor y en su comunión.
Pensamientos para reflexionar