“Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, Y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma… Y su vida se verá en luz” (Job33:27)
“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18)
Según cómo estimemos la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre (Hebreos 10:10) podremos considerar su alcance y su efectividad. Si alguien no está convencido, ni sabe si efectivamente esa muerte bastó para que Dios nos salvara, sacará sus propias conclusiones y seguramente no tendrá paz.
Pensemos en este ejemplo: Si alguien nos invita a cenar a un restaurante, diciéndonos que pidamos lo que queramos, y nosotros, confiamos en su solvencia; pediremos lo que queramos y cenaremos tranquilos. Pero, si dudáramos de que quizás no tenga lo suficiente para pagar, pediríamos lo más barato de la carta, por temor a que luego no le alcance para pagar.
Gracias sean dadas a Dios, Cristo pagó por nosotros y lo hizo de una manera perfecta. El profeta Isaías dice: “porque el cáliz de aturdimiento bebiste hasta los sedimentos” (Isaías 51:17) Enseñándonos por medio de esa ilustración que el Señor bebió de la copa del juicio hasta la última gota.
Debido a eso, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). Es fiel para con nosotros, porque así nos lo prometió y no dejará de cumplirlo. Y Justo para con la obra perfecta que hizo el Señor, porque eso lo satisfizo plenamente en su juicio.
Lo que Dios no puede perdonar, es el pecado no confesado de quien no quiere arrepentirse.
Pensamientos para reflexionar
