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“¡Una salvación tan grande! La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron” (Hebreos 2:3)
“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Romanos 15:18,19)
Cuando comenzó la predicación de la fe cristiana, los enviados por el Señor, no contaban con los elementos que tenemos nosotros en la actualidad. No tenían ni siquiera la Biblia completa de manera escrita para dejarle a los nuevos creyentes, ni para mostrarles que lo que decían era lo que Dios había dicho. Por este motivo, el Señor resucitado, sabiendo de antemano las hostilidades que encontrarían predicando una fe nueva en el nombre de alguien que los judíos se empeñaban en declarar como muerto, esa predicación, debía ser confirmada con pruebas convincentes para aquel pueblo que pedía señales (1 Corintios 1:22) Porque Dios siempre se había revelado a ellos con poder y hechos asombrosos. De esa manera les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura…. Y estas señales seguirán a los que creen… Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían” (Marcos 16:15, 17 y 20)
Hoy, algunos creyentes piensan que esos milagros deben seguir produciéndose porque Dios no cambia. Y es bien cierto que Dios no cambia, más, lo que sí cambia y cambió fueron las circunstancias, los tiempos, el trasfondo… En ese momento era una imperiosa necesidad confirmar la Palabra con señales evidentes. Hoy la Palabra ya ha sido confirmada, por lo tanto, Dios no necesita repetir la señal para confirmarla.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar
