
“Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado…Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno…” (Lucas 16:22)
“Para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:8,9)
El Señor Jesús, al correr el velo de aquel misterio de la vida después de la muerte, les habló a los suyos diciéndoles acerca de un hombre rico que se vestía con esplendidez y vivía en banquetes y también de un mendigo llamado Lázaro, los cuales murieron y estando los dos conscientes y en el mismo estado, es decir desincorporados del cuerpo, finalmente fueron a lugares distintos. Uno fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, que para cualquier judío era el sitió de bienaventuranza de los creyentes en la presencia de Dios, y el otro, se encontró lejos de todo aquello, angustiado y con un fuerte remordimiento. (Léase toda la historia en Lucas 16:19 al 31)
Por este pasaje, por lo que dice el Apóstol Pablo expresando su deseo de partir y estar con Cristo lo cual es muchísimo mejor (Filipenses 1:23) O la distinción que hace la Biblia de aquellos que mueren en sus pecados (Juan 8:24) de los bienaventurados que mueren en el Señor (Apocalipsis 14:13) Vemos que hay dos formas de morir, dos lugares diferentes a los que van los que mueren, y que son: La presencia de Dios, si creyeron en Jesucristo. O a la exclusión de esa presencia si murieron sin reconciliarse con Dios.
Recordemos siempre, no hay diferencia. Sin Cristo, todos estamos destituidos de la gloria de Dios y nadie descansa en paz.
Pensamientos para reflexionar