
“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:1-4)
La Epístola a los Romanos presenta a Jesús, declarado Hijo de Dios según el Espíritu de santidad (Romanos 1:4) Y en esa expresión tenemos resaltada una gloria magnífica de nuestro Señor. Él, fue declarado como Hijo de Dios de una manera poderosa. Dios proclamó que él únicamente era su Hijo amado en quien encontraba su complacencia (Mateo 3:17, 17:5)
La gente coloca a los líderes religiosos en la misma línea. Mahoma, Buda, Confucio… Pero Cristo es distinto. Él es el Hijo de Dios, declarado así por el Padre, según el Espíritu de santidad. El Espíritu de Santidad es el Espíritu Santo que se manifestó plenamente en su persona. Pero, además, ese Espíritu, el de santidad lo puso de manifiesto como Hijo de Dios a través de todo su accionar.
Hay varios principios generadores que mueven a las personas. Hay quienes obran con misericordia, conducidos por un espíritu religioso. Otros se conducen honradamente con espíritu legalista… pero nuestro Señor, se mostró Santo inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, por el Espíritu de Santidad que se manifestaba en él en cada detalle.
Si nuestro Señor fue declarado Hijo de Dios según el Espíritu de Santidad, los creyentes deberíamos también ser reconocidos como hijos de Dios al vernos andar en amor, apartados del mal, según el Espíritu de Santidad, pues el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2:6)
Pensamientos para reflexionar