
“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14)
El Señor Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23)
Éste es un pasaje muy conocido, pero que, lamentablemente, muchas veces, se interpreta mal.
Quizás, las distintas interpretaciones del pasaje radican en lo que significaría, “tomar la cruz cada día y seguirlo” ya que la primera parte, la comprendemos con facilidad.
Muchos interpretan que la cruz, es alguna enfermedad o situación angustiosa que debemos sufrir. Es verdad que todos experimentamos algo de esto en la vida, pero, no es eso, lo que debemos tomar para seguir a Cristo. Más bien, deberíamos pensar que, la cruz que se nos manda tomar, es algo que denota muerte.
Nuestro Señor, tomó una cruz para dar su vida por nosotros, en una entrega perfecta, conforme a la voluntad del Padre.
La cruz, para nosotros tiene ese sentido. Tal como para el Señor, ella es la muestra del renunciamiento y del camino de la obediencia. Además, la cruz, es el fin del viejo hombre.
Tomando nuestra cruz cada día, manifestamos que nuestro objetivo es caminar en obediencia a Dios, aplicando la muerte de Cristo a todo lo del viejo hombre que nos impida seguirlo.
Alguien cargando una cruz, era considerado como muerto para este mundo.
Así deberían vernos “muertos al pecado, pero vivos para Dios…” (Romanos 6:11)
Pensamientos para reflexionar