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“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia… para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Corintios 1:26-31)
El relato del establecimiento de los doce discípulos que fueron luego llamados apóstoles, es bien preciso. Marcos, el evangelista que presenta a Jesús como el siervo perfecto y describe el servicio, nos ha mostrado bien la escuela formativa de aquellos hombres del vulgo. Fueron llamados por el Señor al servicio y establecidos para que primeramente estuvieran con él y luego enviarlos a predicar.
Aunque en aquel momento se necesitaban siervos, el Señor no llamó a cualquiera, sino a personas específicas a pesar de ser personas del vulgo y sin la formación que cualquier empresa del mundo hubiese requerido.
Siempre tengamos en cuenta ese principio, y en la Asamblea o congregación, ante la necesidad de hermanos que cubran las distintas necesidades de servicio, no nos sintamos deslumbrados por las capacidades naturales, sino discernamos primeramente el llamamiento de Dios para reconocerlos.
Tampoco incentivemos a las personas a obrar espiritualmente, sin primero instarlos a estar con él. Lógicamente, todos quisiéramos ver a los hermanos orando, predicando y expresándose en las reuniones, pero no podemos alentarlos a obrar, si por ejemplo los vemos abandonar las reuniones. Se empieza por estar con él, y eso se manifiesta en la asistencia y a la comunión diaria de una vida apartada para el Señor. Y luego, sí. Entonces podrán ser alentados a cumplir las funciones sacerdotales y el servicio que el Señor encomienda, pero en la condición requerida.
Pensamientos para reflexionar
