
“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada” (Proverbios 31:30)
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Mateo 16:26)
Vivimos en una época donde la apariencia física ocupa el primer lugar, cuando casi se podría decir que las nuevas generaciones se preocupan más por lo estético que por lo ético. Donde los gimnasios están llenos y las bibliotecas vacías, porque el empeño está en verse jóvenes y agradables ante los ojos de su círculo de pertenencia.
La Biblia nos habla de Moisés, y de que cuando nació fue hermoso para Dios. “Moisés… fue hermoso a los ojos de Dios” (Hechos 7:20 RVR77) Eso, debido, no solo a la belleza natural de un niño, sino a la belleza que vio Dios en su persona en consonancia a sus planes para con él.
La verdadera belleza, es la de ser hermosos a los ojos de Dios. La belleza interior. Esa belleza que permanece en el tiempo y trae bendiciones. Porque “La bendición de Jehová enriquece, Y no añade tristeza con ella” (Proverbios 10:22)
Ser hermosos para este mundo es solo para una gloria efímera y pasajera que expone al mal y aleja de Cristo de una manera constante. Las personas hermosas según las exigencias del mundo, terminan decepcionadas, cansadas de tanto acoso y mentiras propias del mundo, a quien desean agradar.
La gloria en el reino de este mundo, es solo vanagloria. La verdadera gloria es la que encuentran quienes reciben a Cristo y son hermoseados con sus cualidades.
Pensamientos para reflexionar