
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:5-9)
Lo que estaban viviendo los filipenses sirvió para que Pablo les escribiera bajo inspiración divina y que eso sirviera para enseñanza luego para nosotros. A ellos les faltaba el ánimo para soportar las hostilidades, el mismo sentir entre los hermanos, la misma visión de las cosas y todo lo que es común en las asambleas. Y la solución para todo eso es Cristo. Por eso Pablo escribe: Haya pues en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús… (Filipenses 2:5 -11) Pues el ejemplo de Cristo cura todos los males nuestros, porque siempre lo que nos pasa, es por falta de este sentir.
Nuestro Señor se despojó a sí mismo, y más aún, se humilló. Despojarse es quitarse una prenda o adorno, renunciar a algo que se tiene. Y nuestro Señor lo hizo despojándose a sí mismo para tomar forma de siervo hecho semejante a los hombres. Semejante es similar. No igual, pues él no conoció pecado, no hizo pecado, ni hubo pecado en él. (2 Corintios 5:21, 1 Pedro 2:22 ,1 Juan 3:5) Estando en esa condición, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. He aquí la humillación. Humillarse es pasar por una situación en la que la dignidad sufre algún menoscabo. Esto es lo que sufrió nuestro Salvador, bajando hasta la parte más baja de la tierra (Efesios 4:9) Para morir por nuestros pecados.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar