
“Jesús dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5)
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”(Santiago 1:21)
“Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones…” (Hebreos 3:15)
Uno puede hacer un huevo en un laboratorio de forma totalmente artificial. Lo que no puede es colocarlo debajo de una gallina y hacer que a los veintiún días de ese huevo nazca un pollito, porque la vida es un acto divino.
Una gallina clueca, se echa sobre huevos fecundados por un gallo y, si se la deja empollarlos, a los veintiún días nacen los pollos. Más, si la molestan y espantan impidiéndole empollarlos, no se produce el milagro de vida.
Algo así sucede con la salvación. Dios nos da vida por medio de su Palabra (Santiago 1:18) Sin embargo, no todos lo que leyeron la Biblia, ni los que escucharon la Palabra de salvación se convirtieron. Pues, para darnos la vida eterna, Dios utiliza su Palabra y la acción de su Espíritu que empolla sobre nosotros para que seamos salvos.
Por este motivo, es necesario que el Espíritu Santo no esté contristado, ni que se apague su acción en donde se esté predicando el evangelio. Como así también, que quien está siendo trabajado por Dios para salvación, no se distraiga, ni posponga su entrega para recibir a Cristo como su salvador. Pues, si no se termina de gestar todo esa acción divina, no hay salvación. Y, luego, tendrá que esperar que todo ese trabajo divino vuelva a repetirse, cuando no sabemos a ciencia cierta si habrá para tal persona una nueva oportunidad.
Pensamientos para reflexionar