LAMÉNTESE EL HOMBRE EN SU PECADO

“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra… Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:67,71)


¡Cuántas quejas!, ¡cuántos reproches!, ¡cuántos lamentos!, ¡cuánto dolor!

Así es la vida sobre la tierra, para los hombres, luego de la introducción del pecado. El hombre se queja y se enoja, como si lo que le pasara fuera fortuito, pero, Dios dice en su Palabra.

“¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado” (Lamentaciones 3:39) ¡Qué gran verdad!

Desde el jardín del edén, hasta la fecha,  ante la tragedia, siempre culpamos a otro por nuestra desdicha, o incluso a Dios. Adán, que se precipitó a la desobediencia sin consideración, tuvo el atrevimiento de decirle a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12) Que fue como decirle: “Y bueno, la mujer tuvo la culpa, e incluso tú, porque tú me la diste”.

Así somos. Obramos y tomamos nuestras decisiones, sin tener en cuenta a Dios, y luego nos lamentamos, y culpamos a los demás cuando sufrimos las consecuencias.

Debido a esto, Dios se ve forzado a humillarnos para que reconozcamos nuestros desvíos y finalmente nos arrepintamos y confesemos nuestro pecado para una plena restauración.

Ante la vergüenza y la humillación pensemos primeramente si no hemos tenido culpa nosotros. Si es así, no nos justifiquemos. Confesémoslo ante Dios, quien será amplio en perdonarnos de nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Pensamientos para reflexionar

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