
“Dios… Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4,5)
“Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:12)
Una de las tantas maravillas, que Dios ha obrado en nosotros, es la de habernos hechos aptos para que participemos de su santidad. Esto, debido a la obra perfecta de Cristo; quien por su sangre preciosa nos limpia de todo pecado, para que podamos estar en la presencia de Dios. Sin embargo, al hablar de aptitud hay todavía mucho más que decir.
“El viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22) Se regocija en las cosas malas. “Y no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Romanos 1:32)
La carne no encuentra placer en las cosas santas.
Si alguien llevara a un pecador perdido a las puertas del cielo y le mostrara el clima de paz y adoración que allí reina, a pesar de ver cosas que lo maravillaría; esa persona, en la carne, no se sentiría para nada cómodo en ese lugar. No tiene aptitud para estar allí. El hombre requiere que la obra de Dios lo santifique y renueve su mente y su entendimiento. (Romanos 12:2)
Dios cambia nuestra naturaleza pecaminosa, y nos hace “Participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) Entonces sí, limpios y con una nueva naturaleza, tenemos aptitud para el cielo.
Pensamientos para reflexionar