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“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16)
“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras” (1 Timoteo 6:3,4)
“Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2:1)
Los creyentes frecuentemente nos encontramos con personas que nos preguntan porque hacemos tales o cuales o cosas, y debemos saber dar razón de nuestra esperanza y del porque de todas las cosas mediante la palabra de Dios.
Toda doctrina bíblica debe estar basada en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Y Dios que estableció que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra (Mateo 18:16) generalmente, en dos o tres menciones constatará lo mismo. No se establecen doctrinas sobre la base de una alegoría, ni por deducciones. Por este motivo, es necesario que, cuando predicamos, cuando hablamos con alguien etc. siempre lo hagamos apoyados en lo que dicen las Escrituras.
Dios ha dejado enseñanzas precisas, nosotros somos los que somos tentados a establecer como doctrinas fundamentales las conclusiones a las cuales hemos llegado por tradición o parecer. Dios ha hablado claramente, para que todos los que aprecien la palabra de Dios lo constaten. Por eso, cuando alguien pregunta acerca de la salvación, del orden en la Iglesia y la comunión cristiana, del lugar del hombre y la mujer, o el tema que fuese; con mansedumbre, podamos mostrarle por medio de la Palabra lo que creemos al respecto y si para ciertos temas, no encontramos base bíblica, entonces no defenderemos ese punto como doctrina fundamental. Sino alguien podría decir: “Tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Romanos 10:2)
Pensamientos para reflexionar
