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Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios (Marcos 1:23,24)
“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. (1 Corintios 12:3)
Jesús, es el nombre personal del Hijo de Dios, la segunda persona de la Deidad, el Verbo encarnado. Es su nombre dado en la tierra, el cual habla de su misión redentora. Es una palabra combinada que significa: Jehová o Yahvé salva, o es la salvación… Es el nombre que anunció el ángel porque él salvaría a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1: 18-25)
Jesús, es el nombre sobre todo nombre, para que el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Nosotros, los que lo recibimos y creemos en su nombre (Juan 1:12) nos postramos desde ya en adoración ante su persona confesándolo como nuestro Salvador y lo llamamos: ¡Señor Jesús!
Es notable ver como la Biblia muestra que nunca de los discípulos lo llamaba directamente Jesús. Si no Rabí, maestro, ¡Señor! “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan 13:13) Los únicos que vemos que lo llamaron Jesús, así, directamente, fueron los espíritus malos, aunque sabían quién era y temblaban ante su presencia. (Mateo 8:29, Marcos 1:24)
Por eso, nuestras oraciones, es necesario expresarlas en el nombre del Señor Jesús, y no como muchos acostumbran: “en el nombre de Jesús”, sin mencionarlo como Señor.
Pensamientos para reflexionar
