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“Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, Y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1:19-21)
Dos intelectuales, hablaban acerca de Dios. Realmente, era llamativo, ver como dos personas brillantes en muchas de sus deducciones sobre ciertas cuestiones de la vida, a pesar de tanta sabiduría humana, mostraban una total ignorancia en cuanto a las cosas divinas.
En realidad, esto no es para asombrarse, pues los creyentes sabemos bien que la salvación y la gracia que Dios ofrece en su amor, ¡es algo tan fácil de comprender, pero a la vez tan difícil de aceptar!
Es fácil para todos aquellos que, situados ante Dios, se reconocen incapaces e inferiores y reconocen la grandeza de Dios inclinando su voluntad para creer. Pero, difícil, para todos aquellos que se colocan ante Dios de igual a igual, llenos de sus razonamientos y conscientes o no, profesando ser sabios, no admiten nada de lo que no comprendan, ni cosas con las que no estén de acuerdo. Como si pudieran, como simples mortales, discutirle a Dios sus designios.
Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3)
Los pobres en espíritu, no son los disputadores de este siglo, intelectuales leídos que sostienen sus opiniones esgrimiendo sus conocimientos filosóficos. Sino personas que reconocen su necesidad espiritual, su incapacidad para agradar a Dios por sí mismos y por sus obras. Los que humildemente dependen de la gracia. De los tales, es el reino de los cielos.
Pensamientos para reflexionar
