
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20)
“Matarás el carnero, y tomarás de su sangre y la pondrás sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el lóbulo de la oreja de sus hijos, sobre el dedo pulgar de las manos derechas de ellos, y sobre el dedo pulgar de los pies derechos de ellos” (Éxodo 29:20)
Desde su consagración, los sacerdotes, debían llevar la sangre del sacrificio sobre ellos mismos. En sus orejas, sus manos y sus pies.
Esto nos enseña que la sangre preciosa de Cristo, nos consagró enteramente.
Las orejas sugieren nuestro sistema auditivo. ¿Qué escuchan nuestros oídos? No debemos tener nuestros oídos ocupados en cosas que nos ensucian el alma; pues han sido consagrados, para que oigan al buen pastor y no la voz de los extraños. (Juan 10: 3-5)
Las manos, son figura de nuestro obrar, el cual debe ser puro y recto. Siempre debería verse en nuestra manera de obrar, a un consagrado para el Señor. “Para que… glorifiquen a Dios… al considerar vuestras buenas obras” (1 Pedro 2:12)
Y nuestros pies, figura de nuestro andar “para que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente… ajenos de la vida de Dios“(Efesios 4:17)
Si la sangre de Cristo nos ha consagrado, hay cosas que no debemos oír, que no debemos hacer, y lugares a los cuales no debemos ir.
Pensamientos para reflexionar