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“No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7)
“Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero?… dice Jehová He aquí que, como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano” (Jeremías 18:3-6)
Todos tenemos en nuestros afectos a personas que quisiéramos verlas cambiar. Amigos, seres queridos y conocidos a quienes vemos que sufren por su carácter y forma de ser. Y muchas veces, vemos que algunos cambian en algo. Pero, verdaderamente, sin el nuevo nacimiento espiritual, del que habla la Biblia, nadie cambia radicalmente.
Todos tenemos nuestro propio temperamento el cual va formando nuestro carácter. El carácter, podrá controlarse y quizás cambien, pero no así la esencia misma de la persona, lo que es por naturaleza como descendiente de Adán.
Nuestra naturaleza, se ha corrompido, está afectada por el pecado y tiene sus inclinaciones y sus reacciones naturales que jamás podremos evitar. Pero, cuando alguien recibe a Cristo como su Salvador, Dios obra en él un nuevo nacimiento espiritual, y ahí sí, se efectúa el gran cambio.
Por este motivo, lo que podemos hacer por aquellos que deseamos que cambien, es predicarles a Cristo. Ponerlos ante la Palabra de Dios cuidando siempre, de no hacer nada que los distraiga, cuando el Espíritu Santo empolla sobre ellos. Pues muchas veces pasa, que cuando finaliza una reunión, o luego de haberles dado la Palabra, en lugar de continuar con ellos en ese clima espiritual, los sacamos del tema hablándoles de otras cosas, contribuyendo a que venga el diablo y quite de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. (Lucas 8:12)
Pensamientos para reflexionar
