“Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:15-18)
“Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10)
Algunos cuando leen: “El Señor es el Espíritu” tropiezan en sus pensamientos y dicen: Esto quiere decir que el Hijo, al cual Dios le ha hecho Señor, es el mismo Espíritu Santo. Ya no son dos personas, sino una sola. Otros dicen: No, El Hijo sigue siendo el Hijo, pero el señorío, no lo tiene el Hijo, sino el Espíritu. Porque allí dice: El Señor es el espíritu… Obviamente, ambas interpretaciones están equivocadas.
El pasaje es claro si miramos el contexto. Pablo recuerda que el ministerio de la ley fue dado con gloria, pero una gloria que desaparecería ante una gloria mayor, la del Evangelio de Jesucristo. Y que los judíos seguían sin ver la gloria del evangelio de Dios por aferrarse a la ley como medio de salvación. Sin comprender que todas las cosas dichas en la ley, eran para conducirnos a Cristo. Que todo lo del Antiguo acto, eran sombras que hablaban de Cristo, porque el mismo espíritu (con minúscula) de todo eso, es el Señor, y quien no ve al Señor en todo eso, no comprende. Es como que tuviera un velo delante de sus ojos.
El Señor es el espíritu de todo aquello, así como el espíritu de la profecía es el testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 19:10) Por eso nadie puede comprender la Palabra de Dios, ni entender los planes de Dios, sino contempla a Cristo como centro de todo.
Pensamientos para reflexionar