
“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien… ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18 y 24)
“Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6)
“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19)
Creer en Jesucristo como Salvador personal implica arrepentimiento, pero, cuidado, el arrepentimiento por un pecado puntual o una serie de hechos que condujeron a ese pecado no es suficiente. El arrepentimiento del que habla la Biblia es algo completo, pues la acción de la Palabra de Dios y el Espíritu Santo en nosotros, no solamente nos hace ver el pecado cometido, sino nuestra condición pecaminosa. Por esta razón, se dice que cuando alguien está verdaderamente arrepentido, cambia su visión completamente de las cosas y ya no piensa lo mismo de sí mismo, ni de Dios ni del pecado…
Hay personas que dicen que se han arrepentido y en alguna medida, eso es cierto, pues se dieron cuenta, por ejemplo, que hicieron sufrir a su madre y que luego su madre murió sin darle tiempo para haber arreglado esa falta. Entonces esto los carga de remordimientos y se arrepienten de haber actuado así. Pero, con todo y con eso, siguen teniendo una buena opinión de sí mismos, y si bien se reconocen pecadores, creen que son capaces de mejorar si se esfuerzan, o cosas por el estilo.
El verdadero arrepentimiento por el cual uno termina acudiendo a Cristo para ser salvo es aquel que nos lleva a considerarnos completamente arruinados por el pecado, sin solución en nosotros mismos. Por eso el alma se rinde a los pies de Cristo creyendo en él y recibiéndolo.
Pensamientos para reflexionar