“Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19)
“Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12,13)
En países con una gran cantidad de personas que profesan el cristianismo, es muy común que por lo general las personas, digan que creen en la existencia de Dios, pues esto está en su tradición y forma parte de su cultura. Lo que no quiere decir que todos aquellos que reconozcan la existencia de Dios, sean verdaderamente cristianos salvos por fe.
Muchos dicen creer en Dios, pero niegan las Sagradas Escrituras, las verdades bíblicas, los mandamientos de nuestro Señor Jesucristo. Dicen tener fe, pero en realidad tienen fe en ellos mismos. O, tienen fe, pero en su fe, no la fe que enseña la Biblia, la cual se deposita en Dios y en sus promesas, y hace que el alma descanse tranquila porque en Dios ha confiado.
Por eso, cuando escuchamos a alguien decir que cree en Dios, debemos ver bien cuál es su fe y su confesión, para saber entonces si realmente es un hermano en Cristo. Pues eso, es algo elemental.
Quienes han sido salvos por gracia mediante la fe, depositaron su fe y confianza en Jesús y lo recibieron como Salvador entregándoles sus vidas. Se reconocieron pecadores y perdidos y recibieron a Cristo. Lógicamente, no todos al creer en Cristo, comprendieron en detalle toda su pecaminosidad ni la grandeza de la salvación, pero sí, todos, han tenido una entrega de corazón verdadera que hizo que Dios los recibiera y los perdonara.
Pensamientos para reflexionar