Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida (1 Juan 5: 11-12)
“Dios, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago1:18)
“Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1Pedro 1:23)
Para la procreación de la raza humana, Dios se sirve del hombre y la mujer.
“Al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” (Marcos 10:16) “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos” (Génesis 1:28)
Para que haya vida espiritual también Dios utiliza la unión de dos elementos: Su Palabra y la acción de su Santo Espíritu. (Juan 3:5)
Hoy en día, generalmente gozamos de plena libertad para predicar el evangelio, pero cada vez se ven menos esas grandes y genuinas conversiones. Humanamente, no siempre que se junta un hombre y una mujer se produce vida, porque podría haber cosas que lo impiden. Lo mismo sucede en el sentido espiritual. Para que las personas se conviertan, el mensaje del evangelio, y el trabajo libre del Espíritu Santo, no deben rebajarse, ni encontrar impedimentos.
Dios es soberano y puede obrar en los lugares menos pensados si así lo desea, pero, debemos tener presente que cuando el Espíritu Santo está contristado por la desobediencia flagrante, o su acción es apagada por la intervención humana, puede haber mucho entusiasmo en quienes reciben el evangelio, pero habrá poca manifestación de vida. Para que las personas tengan vida eterna, el Espíritu Santo, sin ser rechazado, debe obrar libremente, y la palabra de Dios debe ser recibida. Así se producen las verdaderas conversiones para la gloria de Dios.
Pensamientos para reflexionar
