
Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:21,22)
“¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20)
Una anciana creyente comentaba que linda eran las predicaciones de la “pastora” donde se congregaba. Su yerno, también creyente, le explicaba que la Biblia enseña que la mujer no debe tomar la enseñanza pública en la congregación, ni ejercer dominio sobre los hombres (1 Corintios 14:33-37, 1 Timoteo 2: 11,12) A lo que la anciana decía: ¡Amén!… es así. Es hermosa la Palabra de Dios… Pero al rato comentaba con complacencia: ¡Qué lindo habló doña Victoria en la reunión!…
Esto era cómico, pues, aunque de acuerdo, luego volvía a lo mismo, a pesar de haber escuchado que Dios en su Palabra enseñaba otra cosa.
Queridos hermanos, da pena confesar que en nuestro tiempo también suceden cosas así. Se enseñan grandes verdades, pero a veces, parecería que la Palabra de Dios rebota.
A pesar de la ruina espiritual que se vive en la cristiandad, por gracia, sigue habiendo congregaciones donde se predica la Palabra y se la enseña claramente. Sin embargo, a veces, hay hermanos que se gozan y agradecen luego de cada reunión, pero no avanzan caminando en esas verdades. Si no, por el contrario, siguen atados y confundidos a pesar de haber visto la verdad por las Escrituras referente a esas cosas con las que tropiezan.
Amados hermanos, hoy más que nunca necesitamos realizar lo que se nos dice: Que no solo seamos oidores de la Palabra, sino también hacedores. (Santiago 1:21,22)
Pensamientos para reflexionar