“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15)
“Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18)
Ver, codiciar y ceder al pecado, fue siempre el camino efectivo en la tentación del príncipe de este mundo para con los hombres. Menos, para con el Señor. Satanás, se encontró con un hombre, sin la debilidad de las concupiscencias de la carne, de los ojos, ni la vanagloria de la vida.
Concupiscencia es el deseo desordenado de placeres deshonestos de cosas que la carne desea. Jamás se manifestó esto en la persona de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo. Quien fue semejante a nosotros, “pero sin pecado” (Hebreos 4:15) Sus deseos siempre fueron los de glorificar al Padre. Deseos genuinos y ordenados, a pesar de que al ser tentado estaba en inferioridad de condiciones con respecto a Adán.
Adán comió del fruto prohibido, pero no porque tenía hambre. Nuestro Señor estuvo sin comer durante 40 días en el desierto y tuvo hambre, sin embargo, no convirtió las piedras en pan como le sugería Satanás. Sino que dio testimonio que no solo de pan viviría el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Lucas 4:1-4)
El Señor vio, porque le fueron mostrados todos los reinos y la gloria de ellos (Mateo 4:8) Pero no hubo allí concupiscencia de los ojos, ni vanagloria, porque tal como lo dijo, “Gloria de los hombres no recibo… sino que buscaba la gloria que viene del Dios único” (Juan 5:41 y 44)
Pensamientos para reflexionar