
“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. (Hebreos 9:11,12)
En el Antiguo Testamento, vemos que en el lugar santísimo, el sumo Sacerdote ingresaba únicamente una sola vez al año, y lo hacía, presentando la sangre del sacrificio de la expiación por los pecados del pueblo, la cual presentaba sobre el propiciatorio.
Estas cosas tenían una simbología muy elocuente para nosotros que vemos una obra perfecta, cumplida en Cristo. Declarándonos claramente que, en el Antiguo Testamento, antes que viniera Cristo, los hombres no tenían libertad para entrar en el lugar santísimo que es el lugar de la habitación de Dios.
Que sólo por la eficacia del sacrificio de la expiación y el valor que tenía la sangre de ese sacrificio, el Sumo Sacerdote tenía permitido ingresar, pero solamente una vez al año y para reconciliar al pueblo. Esta es una figura de lo que hizo Cristo, pero no una vez al año, sino una vez para siempre, obteniendo una redención de carácter eterno (Hebreos 9:11,12)
¡Qué maravillosa enseñanza nos deja todo esto! El Señor entra en el verdadero lugar santísimo que es el cielo mismo. En la presencia de Dios. Y allí presenta, no las buenas obras y las cualidades de los hombres, sino el valor de su sangre derramada en la cruz. Allí, ante la mirada constante de Dios y de sus ángeles escogidos, está lo que garantiza nuestra salvación. Dios ve la obra de Cristo, y eso nos da seguridad.
Pensamientos para reflexionar