
“Tus sacerdotes se vistan de justicia” (Salmo 132:9)
“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2:9,10)
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia… Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12 y 14)
En una congregación, donde todos se conocían, un anciano le decía sarcásticamente, a una hermana joven a quien había reconvenido muchas veces: No vengas a las reuniones con tu Biblia en la mano, porque todos te conocen y haces quedar mal a la iglesia y al evangelio… Esas palabras que suenan demasiado duras, deben hacernos pensar. Un buen testimonio es algo hermoso para la gloria de Dios. Pero, tomar solo las formas de piedad, es algo de poco valor y que juega en contra, pues la gente del mundo, si bien ignoran las cosas santas, saben muy bien acusar a los creyentes, y no hay que darles oportunidad.
Hay un dicho que dice: “El hábito no hace al monje” y es bien cierto, aunque, tampoco debemos olvidar las formas externas. Pensemos, por ejemplo: Quienes visitan los templos tibetanos, no se encontrarían satisfechos si encontraran a los monjes en jeans y zapatillas. Esto es porque en sus mentes hay una imagen formada y un atavío conocido. En la Biblia, tal como en la vida, hay diferentes atavíos reconocidos, que dan el perfil de las personas. Las vestiduras santas sacerdotales, en el Antiguo Testamento y el atavió de ramera del cual habla Salomón (Proverbios 7:10) contrastan.
A quienes son de Cristo, se los reconoce, por su aspecto exterior y por su atavío interior, el del ornato incorruptible de un espíritu afable y apacible. (1 Pedro 3:4)
Pensamientos para reflexionar