“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Isaías 43:19)
“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo” (Isaías 66:13)
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3,4)
Hay una forma de soledad que nos gusta, es la soledad que uno elige, cuando deseamos estar tranquilos sin que nada nos distraiga o perturbe. Pero hay otro tipo de soledad, que nos desagrada y es la soledad que nos es impuesta. La que nos hace sentirnos solos cuando nos gustaría más estar con nuestros seres queridos. Y por ambas atravesamos, aunque debemos tener siempre en cuenta que los hijos de Dios, nunca estamos totalmente solos Pues, nuestro Señor prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin. (Mateo 28:20)
Sin embargo, a pesar de la promesa del Señor que es ciertísima, el hombre, muchas veces puede sentirse solo, aunque esté rodeado de gente, porque se siente mal anímicamente. Otras, es porque debe estar solo a causa de su pecado, pues Dios vio conveniente tratar con él de esa forma, para hablar a su corazón y que considere lo que ha hecho, y se arrepienta y confiese su falta. (Véase Oseas 2:14) En ambos casos, igualmente, nunca estamos solos, todo es regulado por quien nos ama y trabajado convenientemente para ayudarnos a bien.
Recordemos siempre que son los que sufren y los que lloran los que reciben consolación. (Véase Mateo 5:4) Y que, aunque se tratara de un trato disciplinario de Dios para con nosotros, también vale la pena vivirlo, porque somos tratados así, porque nos es provechoso (Hebreos 12:10)
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar