“Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en que pecó… así el sacerdote hará expiación por el pecado de aquel que lo cometió, y será perdonado” (Levítico 5:5 y 10)
(Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)
La confesión del pecado, es como el drenaje de un absceso. No puede darse por terminado hasta que no haya salido todo.
Por eso, se dice que luego de haber pecado, uno necesita verse ante la luz de Dios y confesarlo plenamente todo. Si no es así, no se produce una clara restauración.
Cuando se dice que alguien cayó en pecado, no siempre significa ni hay que entenderlo como que ese pecado fue una caída repentina de alguien que estando firme tambaleó y cayó, sino que, muchas veces, esa caída manifiesta la consecuencia de un deslizamiento. De cosas que fueron sucediendo y que por no haberlas podido tratar terminaron en situaciones mayores y terribles como lo es siempre el pecado. <Véase (2 Samuel 11)>
Debido a esto, se requiere que cuando alguien convencido por el Espíritu Santo de que ha pecado, hace confesión de su falta, confiese cada detalle, mirando todo el recorrido por el que fue cayendo, y que no quede nada sin mencionar. Muchas veces, cómo haberle faltado a Dios duele tanto, uno confiesa la falta global, lo más evidente y sobresaliente, y sobre los otros detalles se cierra y no quiere pensar, y eso es lo que impide que el alma sea restaurada. Hay que confesarlo todo, y reconocerlo todo sin alegatos ni justificaciones. “Y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto… Dios redimirá su alma” (Job 33:27,28)
Pensamientos para reflexionar